miércoles, 20 de junio de 2012

El siguiente 'relato' es la história que preparé para un personaje de rol. Una gladiadora de Tyr (Dark sun). Al final la campaña no perduró mucho y me apenó bastante porque me curré mucho la história y me empapé mucho del mundo... Una putada pero bueno. 
Sin más os dejo con la história de Kally Longwall, también conocida como Tyra "Crace".

0 - Primeros años:

Yo soy gladiadora, pues mi padre era gladiador. No como esos despojos esclavos que mueren a la primera, no. Quizás no me creeréis si os digo que mi padre es, ni mas ni menos, que Yan Longwall. Como de bien seguro sabréis él era un hombre libre, mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de los que habitan Tyr, y entraba en la arena a jugarse la vida por gloria y por honor... O eso creo.
Era respetado por el púlpito, las multitudes le aclamaban y muchos eran sus amigos, muchos decían conocerle bien, pero a decir verdad yo nunca le conocí demasiado... Como padre dejaba bastante que desear en ese sentido.
Nunca supe los verdaderos motivos de porqué entraba en la arena, creo que nadie lo sabe a ciencia cierta; en el fondo no era hombre de hablar mucho, ya sabes, sus puños y su habilidad con las armas hablaban mejor que él en muchos aspectos y, en el fondo... ¿No es eso lo que el público quiere? Les importa un comino quién seas. Un día estás arriba del todo y al siguiente, con un combate no tan bueno, los mismos que te adoraban te lanzan hortalizas en mal estado.

Vaaya... ¿Os interesáis por saber quién era mi madre?
No era más que una simple esclava a la que hicieron dama de compañía en cuanto fue capturada en el desierto y a la que mi padre dejó preñada.

¿Que cómo fue que el honorable Longwall festejara a una esclava puta? No es lo que os pensáis.
Antes de que yo naciera ella fue ofrecida, junto con un premio en metálico, al campeón de un torneo en la arena de Tyr. De eso hace ya veinte años.
Se suponía que el ganador de ese torneo debía ser un por entonces famoso Jazst llamado Criyto “Swiftblade”, pero algo se torció en los planes de los organizadores cuando mi padre lo derribó con un golpetazo en la barbilla en el último combate.
Por entonces nadie daba nada por el novato Yan, que apenas había hecho un par de combates saliendo vivo de la arena.
Los organizadores decidieron entonces salvar la vida de “Swiftblade”, pese a haberse arruinado en las apuestas y mi padre se llevó el botín... Cosa que Criyto no olvidó, cómo tampoco olvidó a mi madre.

Pese a que mi padre en un principio rehuyó a la mujer, pues no quería esclavo alguno de ninguna condición, cabe decir que Tiara, mi madre, es una mujer de recursos y bastante atractiva.
Mi padre, al nacer yo, me liberó del yugo de la esclavitud, comprando mi libertad a un muy bajo precio. Como sabrá, en el mercado de esclavos el precio de un neo-nato es extremadamente barato. La mayoría no superan los dos años.
Yan era un buen hombre, noble de corazón, honorable, y mi madre me crió en esos ideales mostrándolo a él de ejemplo a seguir.

¿Qué como era el matrimonio? No me hagáis de reír.
Padre y madre vivían en casas diferentes y pasé toda mi vida con madre. Supongo que así absorbí mucha de su pragmacidad y determinación.
Padre aparecía de vez en cuando para cuidar de nosotras y comprobar que no nos faltara de nada pero, a parte de eso, no parecía nada interesado en tener sexo con madre.

Los únicos recuerdos que tengo de él son su piel de color aceituna, tostada por el sol, remachada por cicatrices y abultada por sus músculos cansados, correosa como la de un Erdlu, vigorosa... Como una tormenta de arena.
Padre emanaba un aura de seguridad cuando estaba allí, bueno, las pocas veces que venía.

Pese a que padre no la correspondía, madre amaba profundamente a ese hombre. Su amor estaba por encima de su condición de esclava y, pese a no ser correspondida enteramente, ella parecía creer que él la había salvado de las garras de Criyto por piedad y le debía todo cuanto poseía. Cosa que era verdad.
Para entenderla debes saber que Tiara era, y es, una mujer temerosa del futuro, desconfiada de los extraños, suspicaz y decidida. Eso son cualidades que se ganan en el desierto profundo. Era hija de pastores nómadas de Erdlus, supongo que eso explica también el bajo precio que tiene para ella la vida humana, el más fuerte prevalece en el desierto dicen, y en cuestión de fuerza y habilidad mi padre era casi perfecto.
Hasta tan lejos llegaba la atracción de madre que iba a escondidas a las justas de gladiadores en las que participaba Yan. Éste se lo tenía prohibido, pues cuando iba me llevaba junto a ella. Cuando yo le preguntaba porqué íbamos, insistía en que la línea entre la vida y la muerte era más delgada allí, como en el desierto profundo, y yo debía aprender a dilucidarla desde edad temprana... Pero al hacerme mayor aprendí que en realidad iba por temor.
Se que resulta extraño, pero quizás lo entenderéis si os digo que, cuando era cuestionada por padre, que siempre se acababa enterando que había ido, pues como he dicho tenía muchos amigos, ella repetía:
¿Si esa fuera tu última pelea no querrías que tu hija estuviera presente? No quiero que nos cuenten tu muerte. Mentirían. Lo hacen Siempre.” A lo que Padre se quedaba sin palabras.

Es gracioso, pero creo que mis primeros recuerdos de infancia son figuras moviéndose en una arena polvorosa, probablemente la arena de los Pozos del barrio inferior, zapatillas de cuero, armas cortas en puños ajenos, un juego de pies, un envite... Todo tiene ese olor a polvo viejo y sudor y los colores se han borrado.

Entonces, como verá, la arena para mí es un lugar muy familiar.
No tardó padre en enseñarme a pelear con los puños cuando cumplí los ocho años, para defenderme de los otros niños de la calle, aun así su campo de entrenamiento siempre fue terreno vetado para cualquiera que no fuera él mismo y algún afortunado. Un día me pilló dentro del recinto y me dio tal golpe que me dejó un moratón terrible en el ombro, cuello y cara durante un par de semanas. Nunca volví a colarme por debajo de ese agujero mal remendado en la valla de tochos recalentados al sol.

El día en que me planté delante de la puerta del campo de entrenamiento, cuatro meses después de la muerte de mi padre, las rodillas aún me temblaban por el recuerdo.
Eso me recordó a él de nuevo. Lloré un par de lagrimas, no hay que desperdiciar la humedad, y abrí el portón de un golpe, como queriendo borrar la nostalgia, el dolor y el recuerdo.

Los aparatos estaban aun ahí, llenos de polvo y recalentados... En cierto modo tristes y en cierto modo esperando a que alguien les diera un uso de nuevo, de sentirse útiles.

Pero disculpad, no os he contado aun porqué volví allí y cómo murió mi padre, eso será otro día.

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