Muchos días sin actualizar.
He estado
muuuy liado entre las 24h de juegos de mesa y el Rev: El mañana y no
he tenido tiempo para escribir nada para mi o seguir adaptando las
cosas que tengo en el tintero.
Aunque bueno, en este tiempo la vida se
ha mantenido igual. Pocas novedades y las pocas que hay no son muy
alentadoras... Y pese a que uno intenta dia a dia ver el lado
positivo de las cosas tambien tiene momentos de bajón.
Bueno,
al lío.
Esto es el principio de una space-opera cómica que
escribí por diversión:
Nave de Transporte de Prisioneros Peligrosos
Onimura. (NTPP Onimura)
Sólo escribí las presentaciones y poco
mas. Me gustaría tener tiempo para continuarla pero ya se sabe, hay
que encontrar inspiración y conseguir tiempo libre y ganas para
dedicarle.
NTPP
Onimura en órbita sobre Mileham, Sistema estelar Derrefonte, Galáxia
de Andrómeda.
Fecha estelar 24/8/3780 dZ.
Panchín:
Panchín
avanzó por el desierto corredor de metal semi-iluminado por las
luces de emergencia hasta que llegó al siguiente recodo del pasillo,
allí rebuscó en su cabeza con sus hábiles y callosas manos a la
captura de algún piojo, usando como espejo la hoja de metal del
lateral del carrito de comida que llevaba arrastrando desde las
cocinas.
El silencio era casi sepulcral, interrumpido sólo por
algún quejido metálico provocado por los ajustes de temperatura del
sistema del soporte vital de la nave de Transporte Onimura.
Pasados
unos diez segundos de cuidadoso examen de su frente, Panchín decidió
avanzar otros diez metros tirando de nuevo del carrito de suministros
hasta parar ante la oscura garita que contenía a los tres guardias
de servicio, saltó para agarrar el bolígrafo de la repisa y
garabateó en un papel a la altura del suelo una fecha y una hora,
justo debajo de las otras.
Era bastante molesto que nadie le
cambiara el papel, se había quedado ya sin espacio donde apuntar y
tres dias antes ya tuvo que empezar a escribir en los márgenes de la
hoja de accesos... Y además estaba esa peste que salía de la
garita... ¿Es que esos humanos no se lavaban o qué?Últimamente la
nave daba mucho asco y nadie parecía moverse para solucionar nada.
Todos estaban tirados por ahí de cualquier manera y apestando. Todos
apestaban. Quizás por eso le gustaba tanto ir a traer la comida a
los prisioneros, porqué olían menos - sería que alguien los
duchaba – pensó.
Tras garabatear de nuevo la fecha y la
hora exactas según el reloj, la cual costaba bastante de distinguir
desde hacía unos días, 88:88:88 88-88-8888, Panchín abrió la
puerta de la cubierta de carga y prosiguió su avance a través del
enorme sensor detector de metales, cuyo zumbido hacía unos días que
no se oía prácticamente y llegó a la compuerta segunda compuerta
de carga que daba a las celdas de los convictos
a los que, recordó, no
debía acercarse por nada del mundo.
La abrió con un sonoro
'clack',
dio paso a su carro y volvió a cerrar. Decir que Panchín era
metódico era un insulto a toda su raza, decir que era minucioso era
tan absurdo como decir que era alto, ya que no superaba un metro de
altura, decir que era perfecto habría sido tan equivocado como decir
que era calvo.
Panchín volvió a recordar: "limítate a
pasar cada bandeja por debajo de la reja de la puerta". Y eso
haría.
Si se daba prisa quizás conseguiría que lo shumanos le
sacaran algo del almacén de fruta por buena conducta y podría ir a
descansar a su habitáculo para balancearse en su rueda.
Vrennon:
Exactamente
veinte segundos después del 'ckack'
de la compuerta ahí estaba ese espécimen similar a un simio.
Siempre tardaba exactamente veinte segundos y, exactamente tres
segundos más en depositar la bandeja de comida.
Había que
aclarar que la calidad estaba bajando notablemente desde que se
fueron las luces estándar y se quedaran sólo con las de emergencia.
Algo había pasado allí fuera ya que el sistema de refrigeración
también había fallado.
La nave andaba probablemente a la deriva
manteniéndose en órbita de algún planeta gracias a los generadores
de emergencia.
Con toda probabilidad, la tripulación había
sufrido algún desastre, pero el simius
simiácea seguía
apareciendo a la misma hora cada día.
Ese espécimen le
fascinaba. Era totalmente metódico, su rutina era admirable y, lo
mejor de todo, era algo listo. Vrennon le había visto hablar en más
de una ocasión en lo que llevaban ahí... Claro que eso fue antes de
que los guardias desaparecieran.
El simius siguió si avance por
el pasillo hacia el siguiente preso, situado a tres celdas. La podía
distinguir en la penumbra a través de los barrotes, ansiosa por su
plato.
Vrennon pero nunca había sentido la necesidad de
comunicarse con ella dado que no había motivos para urdir un plan
para escapar, ya que era completamente imposible.
Era una chica
bastante flaca y con la piel muy blanca. Los ojos le irradiaban
reflejos rojizos en algunos momentos, cuando la luz era ténue y se
reflejaba en sus pupilas, parecía humana, pero no lo era. Vrennon lo
sabía. Seguía una dieta extraña a base de algún tipo de caldo
que, había deducido, era sangre. Las personas sólo podían aguantar
un litro de sangre en el estómago pero esa chica ingería eso dos
veces y a diario.
Finalmente decidió concentrarse en su
bandeja. Como era previsible estaba en el mismo sitio, exactamente
con la misma fuerza y con el mismo sonido de todos los días. Ese
Garrek originario probablemente del planeta Galimatías, a juzgar por
su pelaje marronoso y la mancha negra de la sien, era un espécimen
realmente fascinante.
Aera:
Allí
estaba de nuevo el mono. No era justo que le hicieran pasar tanta
hambre a ella. Además el maldito mono acostumbraba a derramar la
mitad del contenido y ella tenía que lamerlo del suelo, manchándose
su precioso pelo negro.
Aera quería fulminarlo con la mirada. Lo
maldijo en voz alta pero el maldito mono ni se agitó, ni la miró.
Continuó su fanática procesión ignorándola por
completo.
Mientras el mono se iba con su tambaleo
característico empujando el carrito se tuvo que echar al suelo a
lamer el contenido desparramado en el suelo. Era rico en minerales y
sales y su sabor era metálico, de un color marrón fuerte.
Cuando
acabó de relamer el suelo, como si fuera un animal, se levantó y
volvió a examinar la cerradura. Los jodidos habían diseñado una
cerradura a prueba de ella. La combinación para salir era tres veces
más complicada que la de los otros presos... si tuviera un maldito
ordenador...
Se moría por toquetear una simple PDA, aunque
tuviera mil años de antigüedad...
Sólo hacía falta que el
maldito generador de emergencia de la nave dejara de funcionar y
entonces podría abrir la cerradura electrónica. Según sus cálculos
la célula energética de Thorio
líquido se
quedaría sin energía en los próximos cien años... sólo tenía
que esperar ese tiempo... No era demasiado considerando que ella
tenía dos-mil... El problema era la alimentación, últimamente la
sangre tenía algún coagulo y el hecho de que la nave llevara ya
tres semanas con la energía auxiliar no era ninguna buena
noticia.
Acarició el crucifijo de madera que guardaba en un
pequeño bolsillo y bufó mientras olía el contenido de su cazo de
sangre y se lo llevaba a la boca. Era la peor sangre que probaba en
décadas.
Necéforo:
Él
era el quinto. El quinto en ser servido. Esperaba con ansia los
cubiertos y el plato.
Tenía ganas de comer, pero tenía aun mas
ganas de ver qué le daban. Esperaba que fuera un sabroso muslo de
pollo pero últimamente nada de eso venía. A juzgar por el aspecto
de la comida debería de estarse conservando mal y costaba horrores
ingerirla.
Necéforo era originario de Heliopolis, un planeta
tropical conocido en el protectorado por sus intrépidos exploradores
de mundos y sus esbeltas concubinas. Como si no se pudiera hacer otra
cosa. Pues Necéforo había dicho basta. Decidió aprender otros
oficios, adquirir nuevas habilidades, llevar un peinado a la moda y
no seguir con la profesión de sus padres. Incluso se había
auto-operado las orejas para que no acabaran en punta.
Sin embargo
su campaña había sido truncada por el patriarca. Se le consideró
desposeído y se le encerró en esta nave de prisioneros hacía ya
meses... El tipo de la celda aledaña era bastante confidencial.
Tenía aires de tipo duro pero no era ninguna cosa demasiado
rara. A veces hablaban en susurros durante horas. Era un buen tipo,
con su chaqueta larga y su gorro de “cowboy” y sus maneras rudas
y directas. No es que fuera poco hablador, sencillamente se cansaba
de discutir muy pronto y claro, siempre estaba con lo de “Quiero
salir de aquí” a lo que él tenía que responder lo contrario...
Ser diferente era una ardua tarea llena de contradicciones pero lo
importante era llevar la contraria.
El plato se filtró por
debajo de la puerta. Una especie de puré de patatas. ¿qué gracia
tenía eso? ¿Dónde estaban los tendones de la patata? ¿y las
venas? ¿y las ternillas? ¿A quién carajo le gustaría diseccionar
una patata? Maldita sea, quería cualquier cosa que se hubiera
movido.
¡Espera! En el plato había un gusano. Deslizándose por
detrás de un trozo de patata.
No pudo evitar exclamar un tenue
"¡BIEN!", coger el pobre animal y hacer una carnicería
con el romo cuchillo intentando hacerle una
vivisección.
Lucian:
Lucian
despertó cuando el sonido de las ruedecitas se hizo presente en el
corredor.
Observó a una de las reclusas insultar al mono pero
éste pasó completamente, como siempre, y se aproximó a través del
pasillo polvoriento a su posición.
La nave era enorme. Podría
haber contenido al menos a unos cien presos, pero en ese transporte
sólo habrían unos veinte como mucho, a juzgar por las bandejas que
el mono llevaba de un sitio para otro.
Se levantó de si camastro,
se puso el sombrero de “cowboy” y se ajustó la gabardina ante la
inminente aparición de la ración.
El chico de al lado, un
Lefanan de Heliópolis bastante rarito, le dio un susto de muerte al
proferir un chillido agudo de alegría.
Lucian tuvo que recuperar
rápidamente la compostura en cuanto el mono iba a filtrar el plato
por debajo de la puerta, le llamó. Se había estado fijando
continuamente en su comportamiento y era el momento de actuar. Cada
día le hacía una pregunta diferente observando su reacción.
Esta
vez probó:
- “¿Dejarás salir a tu capitán de corbeta?”
-
El mono se paralizó y le miró con los ojos como platos. Se
acercó raudo a la reja y dijo:
- “El capitán está en el
puente”.
Lelian sonrió por lo bajo, había deducido el secreto
del mono.
- “Ahora soy yo el capitán, ya verás, ve a
preguntarle” le dijo casi al oído.
- “Nadie cuestiona al
capitán” repitió con un susurro.
- “Pregúntaselo, yo se que
no tendrá nada en contra... Además te daré un plátano.”
El
mono, sin embargo, prosiguió la ronda.
Panchín:
Al
acabar la ronda, Panchín dejó la vagoneta y se fue corriendo al
puente de mando. Tenía que preguntarle esas cosas al anterior
capitán, como le habían dicho. Él era muy obediente y hacía
muchos días que nadie le ordenaba nada. Si alguien te ordena algo es
que te puede ordenar algo ¿no?
Además ya empezaba a echar de
menos que alguien le dirigiera la palabra sin insultarle, como el
nuevo capitán hacía siempre.
Cómo había dicho el nuevo
capitán, el viejo capitán no tenía nada que decir al respecto o
por lo menos no se expresó contrario, así que fue de nuevo a ver a
los carceleros, a los que preguntó y tampoco tenían nada que decir.
En un ejercicio de lógica aplastante dedució que no había problema
en dejar salir al nuevo capitán.
Preguntó, por si acaso, si
podía llevarse la llave y nadie se lo impidió. Los muy vagos
tampoco respondieron así que se rascó el culo y emprendió de nuevo
el viaje a las celdas. Recorrió a saltitos el pasillo ante la
extrañada mirada del primer preso, esquivó la bandeja y el
improperio que le lanzó el segundo, y abrió la celda del
nuevo capitán.
El
nuevo capitán salió y Panchin le cogió de la mano guiándole hacia
las cocinas dónde este le buscó y concedió un plátano.
Después,
el nuevo capitán le dijo que podía tomarse el día libre y que él
ya se encargaría de todo así que se volvió a sus aposentos a
balancearse en su rueda de goma. Eso si era vida.