lunes, 11 de junio de 2012


Cazadores de brujos es una serie de relatos que empezé a escribir por amor ala arte, quería crear un mundo de fantasía con mis propias reglas y nos contará las aventuras de Velian, Shalid, Wilburg, Hestéride y el novato, Garred, en su caza de Brujos.
Los brujos son los magos apóstatas que cometen actos atroces contra las razas del mundo de Mesna, la torre de la hechicería reúne a personas especiales para seguir, hostigar, capturar o eliminar a los brujos.
Cazadores de Brujos: 
0 - Fogata
 Al llegar el anochecer y montado ya el campamento observo frustrado y sin comprender realmente qué hago ahí, al grupo que me acompaña.
Aquellos al los que ahora debo llamar compañeros, están ya colocados alrededor de la fogata que arde vivamente con la leña recogida en los alrededores del camino.
Mientras extraigo cansadamente y con cansancio el saco de dormir de la mochila de viaje, me doy cuenta de que llevo con ellos por lo menos tres semanas y, en ese tiempo, igual que hoy, lo único que he hecho es retrasarles. No me puedo quitar de la cabeza lo inútil que me siento a su lado.
Greyholm dijo que no tenía que preocuparme pero veo que el grupo estaría mejor sin mí.
Sentado en un tronco caído está Velian removiendo el fuego con un tizón de madera improvisado. Mide alrededor de un metro noventa y sus brazos abultan como las calabazas para el agua. Va ataviado con una armadura de cuero color tierra, que no se quita ni para dormir, y la mitad de su cara y cuerpo está marcada por tatuajes en negro y violeta, típicos de las frondas Sleg.
Velian encaja perfectamente con el tipo de hombre nativo de los pueblos bárbaros del Sleg, mas allá del Xelophonte.
Su reticencia a hablar de cualquier cosa, y especialmente de su pasado, también es un rasgo característico.
Al otro lado de la fogata está la siempre radiante Shalid estudiando detenidamente la concha de colores iridiscentes de un caracol. Se puede distinguir la magia faerica corriendo por las venas de la chica en sus suaves formas y su innato carácter jovial y divertido. Curiosa y liviana, con esquirlas cómo escamas rojas y verdes surgiendo de su cuello
Shalid se movía por las frondas y los bosques como si estuviera caminando por una calle libre de obstáculos. Rápida y ágil. Su punto débil eran los espacios cerrados, perdía el control y se hacía un ovillo en un rincón ahogando súplicas, yo fui el responsable de una de esas crisis al dejarla encerrada, sin querer, en una letrina. Mas tarde, después de una considerable reprimenda por parte de Velian, Wilburg me explicó que la chica fue torturada por un brujo debido a su sangre especial.
A la derecha de Shalid está el ya citado Wilburg.
Es un “hombrecillo” de carácter gruñón que siempre andaba trasteando con algún que otro chisme entre las manos, ahora era un catalejo, y cuyo compañero inseparble era una gran mochila llena de cachibaches. Los Glindors son habitantes de las montañas del Senite y, éste en especial, no cumple el tópico que todos conocían sobre la raza que decía: “Dale una cerveza a un Glinder y te cortará la mano. Dale un diamante y te cortará un dedo. Dale con la espada y será tu mejor amigo.”
Wilburg era mas bien de costumbres refinadas y encajaba mejor en el perfil de un buscador del saber, además perdía la cabeza con un solo trago de licor.
Silenciosa y retirada del resto estaba Hestéride. Se sostenía en su gran vara y vestía pesados ropajes de colores ocres con los que se abrigaba incluso en el la estación de calor. Su piel, tan típica de las gentes del desierto de Réogan, en Sardica, era negra y sus ojos eran blancos cómo la nieve. Decían que la mujer había nacido con el poder de hablar con los dioses, pero estos le habían arrebatado la vista y el habla.
Y finalmente estaba yo.
¿Qué decir sobre mí? Pasé diez años encerrado en la torre de la alta hechicería. No por ser un traidor a la orden, pues no soy mago, no por ser abiertamente un detractor de su logia, no por ningún crimen cometido contra los magos, sino por propia voluntad. Estoy enfermo de algo que ningún médico ha sabido tratar y que me tortura por las noches.
Los únicos que pudieron ayudarme con las voces y las pesadillas nocturnas fueron los magos rúnicos.
Cada semana Greyholm Stockbert, quién me presentó a este dispar grupo de cazadores de brujos, venía a mi celda y me dibujaba extrañas runas en la frente con una masa purpúrea mientras que, con otra azulona, cubría el resto de mi cabeza. Lo que me ha dejado totalmente calvo.
A parte de eso, soy un hombre muy normal. A diferencia del resto del grupo de cazadores no tengo nada de especial.
No soy fuerte como Velian, ni vello y faérico como Shalid, ni ilustrado como Wilburg, ni puedo hablar con los dioses como Hestéride.
Simplemente mis carceleros, convencidos de mi recuperación, me ofrecieron esta alternativa a vagar por las calles como un mendigo y pagar a la torre todos lso esfuerzos dedicados en mí.
Yo, naturalmente, acepté pese a los riesgos que entrañaba.
Lo cierto es que desde que salí de la torre, y de eso ya hace tres semanas, no he vuelto a tener otro episodio de “mis pesadillas”.

Pese al convencimiento de Greyholm de que yo sería una buena incorporación al grupo de cazadores parecía que ellos no me tienen mucho aprecio... Y no les culpo por ello, pues incluso yo me sentía frustrado, casi como un paquete que hay que cargar por obligación y que uno espera poder dejar en el próximo pueblo. Además supongo que es algo natural el que desconfiar del nuevo, sobretodo si lleva diez años aislado en un torreón.
Antes de irme a dormir, como cada anochecer, les deseo las buenas noches.
No tarda en llegarme el gruñido de Velian ante mi declaración.
Shalid se limita a dirigirme una de sus rápidas y divertidas sonrisas y me hace un gesto de despedida con la mano.
Hestéride se limita a mover la cabeza. Nunca comprenderé como los otros la llegan a comprender sin tan siquiera mirarla.
Y Wilburg, como siempre, es el más formal:
- Buenas noches Ted Garred. Nos vemos mañana ¿si? – dice con su extraña voz nasal.
- Hasta mañana – le digo realmente Wilburg agradecido.
Al cabo de un rato me duermo en el duro suelo al lado del camino.

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