4- La
Ferai
Dos semanas después
mis puños estaban aun llenos de costras, al igual que mi muslo
izquierdo y mi cara, ya marcada por el resto de mis días pese al
suave masaje de los gusanos Renk que, incansables, iban chupando
cuidadosamente la piel muerta, el pus y el sudor próximo a mis
heridas, saneándolas.
Mientras
me recuperaba en mi cuchitril, descansando las horas de calor del
mediodía, aquellas en que ni una gota de aire pasa a través de los
ventanales y las techadas de caña crujen por el machacante sol
apostado en el zénit, Darej hizo el intento de colarse por la puerta
del patio de armas con sigilo.
Sin embargo Jojo, siempre
vigilante, profirió uno de sus gritos de advertencia, no de pánico,
y yo me incorporé en el camastro de paja, cuchillo en mano,
preparada para cualquier cosa para descubrir a mi maestro, algo
molesto, llevando en sus manos un paquetito envuelto en tela barata
de fieltro.
Tras unas palabras de bienvenida y un comentario
acerca de que mi lagarto Z'tal, Jojo, había estropeado la sorpresa,
Darej me ayudó a desempaquetarlo.
Era
una espada de hueso resquebrajada con una agarradera y un montón de
trozos cuarteados de concha de tortuga que, pese a la sombra y a mis
ojos aún legañosos, reconocí como el arma de mi padre.
-
Es para ti –
La
emoción me invadió. Quise abrazar a Darej por ese obsequio que
valía más que todo el oro del mundo para mí. Noté como algunas
costras se resquebrajaban en mis puños y la herida de la pierna
quemaba al querer incorporarme, pero eso no importaba. Completé el
abrazo, emocionada.
-
Gracias – fue lo único que pude articular.
- Como
te encuentras – respondió él sin poder evitar fijarse en el
temblor de mis manos y el dolor patente en mi cara por el esfuerzo
de mi pierna.
-
Me duele, pero es normal... Los Renk ayudan – dije destapando la
tela opaca que cubría ligeramente las costras de mi puño izquierdo,
dejando ver a una de las reptantes babosas sorbiendo la sangre que
había salido de la herida y repartiendo una espesa baba cicatrizante por allí por donde pasaba.–
-
No se como puedes ponerte estas cosas en todas las heridas –
-
No hacen ningún daño y es la forma de no perder líquido –
Los
renk adultos, como sabrá son comestibles.
-
Lo se pero sigo sin acostumbrarme... - contestó algo asqueado -
Bueno, si estás bien mañana vamos a ver a un conocido y que nos
arregle esto – dijo señalando los trozos de cascara de tortuga -
He estado pensando y espero que seas digna de llevarlo.. Si quieres.
-
Sólo
pude responder con una afirmación entusiasta así que a la mañana
siguiente mi maestro me internó, yo ranqueando, en el barrio de
hombres libres de Tyr, parando delante de un artesano.
Al
entrar en la fresca tienda descubrí gran cantidad de armas, pero
también utensilios variados para remendar cepillos, cuencos, botes,
lamparas y otros artículos cuyos fines desconocía.
Mientras
yo perdía el tiempo observándolo todo, Darej se adelantó y se
abrazó con un elfo medio codo más alto que él.
Al
momento me indicó que me acercara y me presentó al artesano de
nombre Tirias.
Mientras
negociábamos el precio del trabajo de reparación de tan preciada
arma, pude fijarme en una chica que trasteaba por la trastienda
buscando o recolocando unas cajas. La chica, de pelo negro y ojos
grises, sólo se paró para saludarnos con un breve movimiento de
cabeza y volvió a desaparecer por donde había venido, lo suficiente
para dejar entrever su delgada pero fibrosa silueta. Era una
trabajadora, no era una plebeya cualquiera.
Tirias nos explicó
que era su aprendiz y que era un poco reservada pero bastante
eficiente.
Finalmente
el elfo observó detenidamente el arma y acabó poniendo un precio
muy razona completar la reparación, no tardarían mucho, a lo sumo
cinco días, siete si había mucho trabajo por en medio
Al
cabo de cinco días volvimos y el elfo nos recibió de nuevo
efusivamente para luego mostrarnos el trabajo:
La hoja había sido
sustituida pero no la concha de tortuga que protegía la mano y parte
del antebrazo; ésta había sido reparada, reenganchada y reforzada
además de pulida. Nunca la había visto tan reluciente, ni tan sólo
cuando padre entraba con ella en el ruedo. Estaba prácticamente
irreconocible, brillaba, era ahora un arma orgullosa, sencilla pero
amenazadora, parecía tener carácter propio.
Pese
a la perfeta presentación, me puse a examinar el arma minuciosamente
y, Tanto Tirias como Darej, vieron mi mirada de suspicacia. Tirias,
adivinando mis pensamientos desconfiados añadió:
- El artículo
estaba en garantía
A
lo que darej puntualizó:
-
Hacíe muchos años que conozco a Tirías y él ha confeccionado
todas las armas de entrenamiento que has etsado usando estos meses.
Tranquila chiquilla -
Con eso me quedé algo más tranquila.
Pasó
un mes más hasta que volví a estar en plena forma y para ese
entonces una nueva batalla campal se estaba gestando en el seno de la
arena de Tyr, siempre deseosa de nuevos entretenimientos y de su
dosis de sangre. Las calles andaban rebosantes de rumores sobre el
espectáculo que iba a ofrecer el noble Lord Fester, cabecilla de una
de las familias mas ricas de Tyr, en nombre del casorio de su
primogénito y la arena, como no, sería el punto culminante.
Los
rumores decían que se habían llevado fieras de hasta del mar de
cieno, mientras que otras insistían que un marchante nuevo había
hecho unos precios baratísimos por algunos grandes animales. El
combate se las daba de épico, habría grandes luchadores en los
juegos y el número final sería un tú a tú a muerte entre los dos
grandes gladiadores de los propios corrales de Fester. En lo único
que estaban de acuerdo todos los consultados era que había sido un
despilfarro de dinero enorme que Fester se podía permitir.
Y
allí estaba yo, apuntada en la liza y pendiente de ser asignada…
Darej y yo sabíamos que los novatos irían al Ferai, nadie se podía
permitir el lujo de perder a un buen hombre en una exhibición de
animales, cosa que para mis intereses era perfecto. Le daría buen
uso a toda la experiencia adquirida en las cuadras y a mi innato
poder psiónico para tranquilizar a los animales y ese era
precisamente el sitio al que me convenía ir… Pero de nuevo no todo
fue como esperábamos.
Quince
éramos los gladiadores que entrabamos en la liza, entre los cuales
se encontraba Rale, al que saludé efusivamente en el reencuentro.
Ninguna otra gladiadora había en el ruedo pues una semana antes
había habido una cruenda masacre en un complejo juego por equipos en
el que el equipo de gladiadoras acabó perdiendo.
Fui
a ver ese espectáculo, Falak fue herida pero no murió, se
recuperaría de esa. Sus heridas eran graves pero nada que sus amos
no pudieran costear.
Así
que no quedaba ninguna otra chica novel, ni en los corrales de Fester
ni las de los grandes esclavistas en condiciones para salir al Ferai.
Por supuesto había otras noveles en Tyr, pero los propietarios eran
demasiado poco prestigiosos como para competir en esos juegos.
Cuando
faltaban pocos instantes para que se iniciara el combate en la arena
y todos los gladiadores restaban haciendo sus preparaciones ( algunos
rezan, a otros se les ve pensativos o cabizbajos y otros
fanfarroneaan nerviosos bajo la atenta mirada del carcelero) la
puerta del fondo, la que da a los intrincasdos túneles de acceso de
los gladiadores, se abrió dejando entrar una baja encapuchada,
debería medir algo más de tres codos pero le faltaba medio palmo
para llegar a mi altura. A su lado pasó un hombre fornido al que
era fácil de reconocer como templario de Tyr. Éste último se
acercó al carcelero y cuchichearon algunas cosas además de
intercambiar un considerable saco de monedas y unas sonrisas.
Justo
después el templario se fue con una sonora carcajada y el carcelero
retiró la capucha para ver al nuevo enlistado, empezándole a hablar
al tiempo que le retiraba la capucha; esta vez las palabras se oyeron
perfectamente:
“Nena...
Esta será la primera vez que ese templario pierda una apuesta, te lo
puedo asegurar... ¿Como quieres que te llame para saber quien va a
ser pasto de los gusanos?”
Todos
los nerviosos gladiadores estábamos pendientes de esa escena, así
que todos nos sorprendimos al ver a esa chica… Sin embargo yo me
llevé un sobresalto algo mayor al reconocerla como a la aprendiz de
Tirias.
Ésta
sólo respondió con un hilo de voz, mirando al suelo con aprensión
y con una actitud tímida:
“Cadenza...”
Un
momento después el carcelero asintió y la empujó a un banco con el
resto de gladiadores.
Tras eso empezó a vociferar las
instrucciones:
“Escuchadme
bien, basura. Lord Fester ha decidido que sois muchos, aun así hoy
vais a salir dos. Para animar la velada escogimos un par de Alimañas
y les vamos a dar de comer... Si hay parejas vivas una vez eliminadas
las bestias deberéis luchar entre vosotros... Intentad no matar a
vuestro compañero de baile, le necesitaréis para llegar al final...
Cuando
solo quede una pareja tendréis que deshaceros de las cadenas...
Aseguraros de tener algo que corte hueso reforzado de un golpe
JAJAJA”
Tras
eso unos esclavos transportaron las cadenas de hueso reforzadas de
uno metro de largo y enmanillaron a todas las perejas. Al ser las
únicas chicas nos juntaron. Seguro que serían una pieza cotizada en
las apuestas
Yo
ofrecí la mano derecha a la manilla y me dejé la izquierda libre
mientras dejaba a la chica la diestra libre.
Me
detuve un segundo antes de salir a la plaza, hice mi corto ritual, el
mismo que me había enseñado mi madre: recogí un puñado de arena
con las manos y murmuré lo mismo de siempre “somos sombras y
ceniza, somos arena y sangre”.
Momento
después me froté las manos con esa arena, me coloqué el Tortoise
y avancé al ruedo mientras le decía a Cadenza: “Quédate
detrás de mi”.
Nunca
había visto tanta gente ni tantas personalidades importantes
aplegadas en la arena de Tyr. En el pedestal estaba el noble Fester
junto a su hijo y algunos representantes de la flor y la nata del
estamento nobiliario de la ciudad. La arena estaba llena a petar y
los gritos de sangre retumbaban en las paredes como un gran tambor.
Las
apuestas, de seguro, empezaban a bailar.
Tras
unos momentos para que todos los apostantes hicieran sus pujas por
las parejas presentes en la arena, en total ocho, empezó la Ferai.
Las
puertas laterales del ruedo se abrieron y de la más próxima a
Cadenza y a mí salió una pequeña jauría de Jhakars, esos malditos
lagartos medianos con una mordedura atroz que no soltaban a su presa
hasta reducirla y hacer un festín con sus huesos o morir en el
intento. En total cuatro que se dirigían directamente hacia mí y mi
compañera.
De
refilón pude ver un Topocerdo enorme cargando contra los pobres
tipos de mi derecha y un poco más allá un enorme Takis, el oso del
desierto, que salía disparado al ruedo.
Los
Jakhars no eran, ni mucho menos, tan grandes como el Topocerdo o el
Takis pero eran más y trabajaban en grupo, organizados.
Afortunadamente el hecho de tener a Cadenza detrás desanimaba a los
Jakhar de intentar atacarme por la espalda.
Lo
importante era quitarse de encima a los Jakhars cuanto antes, así
empleé mi poder psiónico para adormecerlos justo antes de golpear.
Pese
a estar adormecidos mostraron menos resistencia de la que yo
esperaba. Maté a tres de mientras que el otro cayó herido por un
muy buen lanzamiento de daga de Cadenza y rematado por ella misma
cuando estaba en el suelo con otro pequeño cuchillo. Esa chica se
movía bien y , sorprendentemente, no me molestaba en absoluto su
peso muerto.
Al
momento de acabar con el último Jackar oí unos bufidos y un
cabalqueo que no me gustó nada:
Por
el rabillo del ojo vi una forma grande corriendo hacia mí, sólo me
dio tiempo a apartarme parcialmente. El Topocerdo embistió la parte
más baja de mi pierna. Di una voltereta en el aire por el impacto y
acabé cayendo de bruces sangrando por el impacto.
Afortunadamente
el jabalí tardó algo mas en frenar y me dio tiempo a levantarme,
cojeando por el dolor en la espinilla. Agradecí a los crudos
desiertos la suerte de que no tuviera nada roto y le dije a Cadenza
que se preparara: debía quedarse detrás y aguardar para usar la
cadena que nos apresaba para hacer caer al animal.
Y
así fue. Al tener al animal cerca en su carga, nos fuimos una por
cada lado, y atrapamos las cortas patas del jabalí casi ciego,
haciendo que este se cayera al suelo sobre todo su peso. Sin embargo
la embestida fue terrible y Cadenza cayó al suelo con su brazo
dolorido por el tirón de la cadena.
Aprovechando
que el jabali estaba en el suelo aproveche para hundir el filo de mi
tortoise en el dorso del animal, cosa que le hizo cabrear.
Esquivé su siguiente carga de milagro y, cuando el jabalí se giró
de nuevo, un cuchillo de Cadenza se clavó en el ojo izquierdo del
animal.
Este
chilló y rascó el suelo dando varias volteretas sobre su torso
cuando, de repente una pinza enorme provinente del centro de la arena
lo partió por la mitad.
Nunca
había visto tal cosa en los establos, ni tan sólo lo había oído
que pudiera existir, pero ahí estaba, girando lentamente sobre sus
seis patas para enfrentarse a nosotras, el objetivo móvil más
cercano.
Los
movimientos del gran cangrejo eran enormemente pesados y su armadura
formidable, la gran pinza tardaba en alzarse y caer pero cuando lo
hacía causaba un temblor de tierra, calculé que la pinza pesaba lo
mismo que algo más de la mitad del jabalí topo y ésta atacó.
Traté
de dañarla o apuñalarla en un par de ocasiones, sin resultado
alguno, además estaba la segunda pinza que, pese a ser mucho más
pequeña también estaba muy afilada y veloz. Digo pequeña en un
modo relativo, pues su apertura era lo bastante grande para cortar el
brazo de un semi-gigante de cuajo.
Estuve
a punto de retirarme a la desesperada cuando Cadenza me brindó una
solución:
“Cuando
golpea con la pinza grande tarda un poco a levantarla del suelo.
Cuélate por el centro y clava en la articulación para romperla.
Vigila con la otra pinza y no te preocupes por mi.”
Esa
chica era lista y tenía una puntería endiablada con los cuchillos,
además lo que decía tenía sentido. Podía funcionar.
En
dos ocasiones probé de internarme en la defensa pero en dos
ocasiones fui repelida por la pinza pequeña. A la tercera ésta no
llegó a tiempo, pues algo se enrolló en ella. Con un rápido
movimiento conseguí pegar un buen agujero en la articulación de
hombro, que crujió como cuando pisas una cucaracha, sin embargo al
segundo pinchazo la enorme pinza se replegó sobre si misma y con un
sonoro “clack” del partir de un hueso el filo de la espada
tortuga se desapareció por completo en el interior del caparazón de
esa bestia que ahora profería un sonoro chirrido de dolor y se
retiraba unos pasos con la gran pinza parcialmente inmóvil pero aun
amenazante.
Acostumbrada
a improvisar cómo me había enseñado Darej, tiré el arma rota y
busqué una lanza, que encontré enterrada en el cuerpo decapitado
del Takis, a unos ocho metros de allí.
Recogí
esa pica y volví a encararme al cangrejo, seguido de cerca por
Cadenza que estaba realizando una magnífica labor a mi espalda,
haciendo que yo pudiera despreocuparme de guardarla, aun así su
preciosa capa, la que la había vestido hasta los pies, estaba ahora
hecha girones.
El
cangrejo, tras un envite volvió a dejar la articulación a punto de
caramelo y le ensarté la punta de la lanza por el agujero de entrada
que hice la anterior vez. No penetró demasiado adentro, pero sí lo
suficiente para que la pinza grande dejara de defender la cabeza del
animal. Bloqueada la gran pinza en un angulo abierto que hacía que
al enorme acorazado le costara mantenerse en equilibrio el cangrejo
se había quedado sin arma también
Sin
embargo yo necesitaba otra lanza.
Vi
a Rale sentado en el suelo al otro lado de la arena y jadeando,
sostenía entre las manos una lanza larga con punta de obsidiana
negra y tenía la cadena colgando de su brazo, mientras que al otro
lado no había nadie.
Grité
para que me oyera, pues estaba parcialmente ausente y perdiendo
bastante sangre por el costado. Rale dio un respingo y arrojó la
lanza en nuestra dirección con todas las fuerzas que le quedaban,
aun así la pica aterrizó a unos cinco pasos por detrás del
cangrejo. Con una rápida carrera Cadenza y yo rodeamos al enorme
animal a distancia prudencial, este nos enfrentaba ahora sin moverse
de su sitio, como una peonza y con los brazos en alto, abiertos,
mostrándose imponente cuan era y para mantener el equilibrio. Al
recoger la lanza la empuñé buscando su boca. Después de todo allí
tendría que haber un orificio blando, sin embargo no llegaría muy
adentro con mi fuerza.
Cadenza,
cómo leyéndome el pensamiento agarró la lanza conmigo. Nos
miramos, asentimos y cuando el gran cangrejo fue a levantar la pinza
pequeña para volverse a mostrar desafiante corrimos y clavamos en el
centro de la boca. Por lo menos dos codos de la lanza penetraron en
el animal y este, con un aullido, se derrumbó lanzando un chorro de
espuma por la boca, agonizando.
Tras
un momento arrastré a Cadenza hacia el animal, recogí una espada de
obsidiana del suelo y subimos desde un lateral encima del caparazón
para que todo el publico nos viera… Y además para poder observar
la arena desde una posición privilegiada.
Al
ver que eramos la única pareja y no quedaban animales en el ruedo,
levanté mi espada, hice una llamada al público y después la clavé
de nuevo hacia dentro de la boca del animal, más teatro que otra
cosa,porque el bicho seguía agonizando lentamente
Arrastré
a Cadenza en frente del palco para proclamarnos ganadoras, sin
embargo entre el público ya empezaba a correr el grito “Corta el
vínculo! Corta el vínculo!” Yo lo había oído muchas veces y
significaba que una de las dos debería acabar con la cadena y sólo
había una manera: cortando la mano de la otra.
Comprendiendo
que no podía cortarle la mano a una artesana y que yo no pretendía
perder al mía me quedé esperando atenta a la reacción de Cadenza.
Poco
a poco el griterío del público en júblilo fue tornándose en odio.
La indecisión y el desafío al palco por el hecho de que ninguna de
las dos nos atacábamos empezaba a hacerse patente. Para reforzar ese
espíritu en la gente, yo tiré mi arma al suelo y empecé a decir
que las ganadoras eramos nosotras que se fueran a la mierda, que no
luchaba contra no gladiadores.
Fester
se enojó tremendamente y, justo antes de que este estallara en fúria
y nos hiciera ejecurtar a ambas, Cadenza desenvainó una corta espada
de madera y obsidiana desde uno de los pliegues de su maltrecha capa,
una silvadora. El publico se calló ante esa novedad, espectantes
pues en ningún otro momento la chica la había enarbolado, ni
tansiquiera mostrado. Todos pensaban que me atacaría, yo me preparé
y la aguda nota resonó cortando el aire para aterrizar en un
eslabón de la cadena, que se partió en dos bajo ese arma, lo cual
habría sido una proeza incluso para un semi-gigante.
EL
público enmudeció sorprendido mientras en el palco un templario
apareció e intercambió cuatro palabras con Fester.
Fester,
temiendo que la cosa se le fuera de las manos y perder el favor de la
muchedumbre hizo el gesto de la vida y los que quedaban en la arena
pudieron retirarse.
El
clamor del público era confuso, algunos descontentos con el
resultado del combate, otros emocionados por ese final tan poco
habitual…
Cadenza
y yo nos fuimos por nuestro propio pie, yo recogí los restos de la
espada tortuga de mi padre y me retiré lo antes posible antes de que
me alcanzara algún objeto desde el público.
Sólo Rale y otro
gladiador sin pareja pudieron abandonar el ruedo en pie y en
condiciones. Otros cuatro estaban malheridos al salir, los animales
no son benevolentes ni te puedes rendir ante ellos.
Me
temo que allí empezó mi carrera de gladiadora infame.
Darej
me dijo que una vez empezado el público no olvida. Debía elegir un
camino. Y elegí el sendero oscuro, pero a mi manera.