viernes, 28 de septiembre de 2012

Hola a todos, esta vez vamos con un poema que preparé para un concurso literario.
Más que un poema es una canción para niños.
La temática del concurso era fantastica así que, bueno, ¿Qué hay más fantastico que las hadas del bosque?
Al final no gané nada, pero el tiempo lo considero bien empleado. Espero que os guste.


Canción de las hadas:

Despierta el día tras el cielo gris.
Orquídea y ginesta bostezan.
Penden del bosque con dulce cariz
perfumes de espliego y de menta.

Al mediodía dormita en su alcoba
en la copa de un noble nogal
esa criatura de alas de seda
caprichosa, alegre y jovial.

Brisa del alba,
luz crepuscular,
reflejos de luna,
las hadas vendrán.

La tarde avanza en su tono otoñal,
la fiesta esta pronta a volver.
Roble y Abeto las recibirán,
las copas se llenan de miel.

Cómo un cristal que fundido se vierte
en argente níveo y azur,
riela en el lago la dama Selene
y la noche se viste de tul.

Brisa del alba,
luz crepuscular,
reflejos de luna,
las hadas vendrán.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Hola, mi nombre es Phillip Baar, Asociado de la Asamblea en condición de Ashtati, grupo de infiltración.
Escribo esta carta por si desaparezco en mi próxima misión. Uno nunca sabe lo que puede pasar allí fuera y algo que a priori parece realmente fácil puede tornarse en cosas realmente desagradables.
Si en el plazo de seis meses no he enviado a nadie a recoger esta carta, ésta será enviada a la sede central de la asamblea notificando mi muy probable defunción.

Firmado:
Phillip Baar

Cada vez que redacto una de estas notas para dejar constancia de que estoy en una misión vienen a mi mente todas esas situaciones que tuve que pasar de pequeño.
Se que a la adminisitración de la Asamblea no debería importarle mucho la pérdida de un agente, esto es mas bien una de mis excentricidades, pero me gusta pensar no es sólo un gremio mercantil a lo que pertenezco, sino una familia, al menos la única familia que he tenido realmente y que hay alguien allí que me echará en falta...

Mi situación actual difiere mucho de lo que viví durante los primeros años de mi vida.
Nací en Ukar aunque yo siempre lo llamé por el nombre que usan los nativos, Kordeth, el mundo oscuro.
No tengo muchos recuerdos de mis padres, sólo se que murieron cuando yo tenía seis años... Quizás eso signifique que tuve una infancia felíz.
De lo que si me acuerdo es del pelo rizado de mi madre, color negro azabache, y de la cara severa de mi padre cuando hacía alguna fechoría... El resto de recuerdos son ya muy difusos, cómo si un velo los hubiera tapado.
No recuerdo nada de los últimos días que pasé con ellos pero deberían de haber hecho algo bastante grave (o ser acusados de algo grave...) para que la iglesia los condenara a muerte y a mi me marcaran la espalda con un hierro al rojo vivo como se hace con las reses.
Esa marca simboliza algo pero nunca me he atrevido a averiguar lo que es por temor a lo que pudiera acarrear, quizás por eso me cuesta tanto interaccionar con la iglesia... es como si el peso de lo que mis padres hubieron hecho un día flotara encima de mí cuando trato con alguien del clero.

Pero eso es agua pasada, lo que cuenta es que tuve que aprende a espabilarme sólo por las calles, tuve que aprender a sobrevivir y a cuidarme de los problemas, a escapar de los borrachos y de las peleas callejeras por las drogas, a evadir los vertederos y cavernas gobernadas por los clanes Ur-Ukar...
Sin embargo tuve suerte y la habilidad para salir de ello.
Cuando contaba ocho años, lo recuerdo porque fue el día de mi aniversario, un hombre alto, de cabello corto y cara angulosa embutido dentro de una chaqueta de cuero marrón me dio un par de monedas para seguir los movimientos de otro señor. Yo, claro está, acepté encantado. Me lo tomé cómo un juego y cumplí mi cometido.
Esa noche fui a por el resto de dineros prometidos en un bar de mala muerte que previamente habíamos acordado con el señor de la chaqueta marrón y le describí todas las conversaciones y transacciones que ese otro había realizado. Este me lo agradeció, me dio mi paga, y no volví a verle el pelo hasta medio año después.
Casualmente, me volví a topar con ese individuo.
Éste me saludó y me prometió una suma de dinero mayor, para seguir a otro “sospechoso”. Esta vez me fijé en que, dentro de los pliegues de su chaqueta asomaba un símbolo de una cadena atada a una maza. El símbolo que rápidamente identifiqué como el de la Asamblea.
Quizás, sólo quizás, si impresionaba de nuevo a ese hombre, podría salir del atolladero de las calles de Kordeth... Y eso hice.

Como de costumbre, esa noche me vi con él en el lugar acordado y le volví a relatar todo lo que había hecho y hablado el otro señor. Me dio mi dinero y se fue, no sin antes preguntarme el nombre y decirme que, si yo quería, podíamos quedar en la <<calle de la restitución, número veintisiete>>, dentro de tres días, para hablar de negocios. Si no me dejaban entrar sólo tenía que decir una palabra. Mequetrefe.

Y al cabo de tres días fui a esa dirección, tuve que indagar entre la gente porqué ese número no existía, pero al final di con el edificio cuyo acceso se encontraba en la calle contigua ya que la entrada por la calle de la restitución se había tapiado. Me pareció bastante ingenioso.

En cuanto pasé el pórtico del, al parecer, pobre edificio me di cuenta de que algo era diferente.
No había ni un solo cuadro en la pared, ni una pintura, ni un grabado, ni una planta para alegrar esa triste entrada... todo era extrañamente neutro. Demasiado neutro, pensé.
Me recibió una mujer ya mayor con una escoba en la mano y una bata de ir por casa y me preguntó si me había perdido.
Menee la cabeza negativamente y le dije que buscaba al hombre de la chaqueta de cuero marrón para hablar de negocios.
La mujer me trató de idiota y me intentó echar de la casa.

Le volví a explicar que el señor de la chaqueta me dijo, hacía tres días, que nos veríamos en la calle de la restitución, numero veintisiete y esto era aquí. Le dije mi nombre y entonces me acordé de la palabra. Mequetrefe.

La mujer entonces dejó la escoba en un rincón del pasillo, me miró de arriba abajo un poco incrédula y me hizo pasar a una salita en la que había un escritorio con algunos aparatos de televisión detrás. Al lado de la puerta había unas cuantas sillas puestas en fila.
La salita estaba bien iluminada por una lámpara de aspecto antiguo que dejaba escapar una luz a medio camino entre color ocre y blanco pastel. No había ventanas pero los monitores de televisión mostraban los alrededores de la casa.
La mujer ocupó la silla detrás del escritorio y me dijo, un tanto toscamente, que esperara sentado.

Una hora tardó el hombre de la chaqueta en venir, ésta vez con el brazo escayolado.
Le saludé y él me hizo pasar a otra estancia en la que me esperaban dos tipos más.
Antes de que ellos dijeran nada mi impulso fué preguntar si había hecho algo malo, lo que provocó las risas de los tres hombres.
El señor que me había citado hizo un resumen de lo que yo había hecho las dos veces que había estado trabajando para él de observador.
Para mi sorpresa descubrí que él también me había seguido a mi en esas dos ocasiones y yo no me había dado ni cuenta.
Los otros dos asintieron y me preguntaron acerca de mi vida.
Les conté cuánto querían saber. No había motivos para mentir en nada... a excepción de lo de la marca en la espalda, y ellos en ningún momento preguntaron si tenía alguna marca... Así que todo quedó en secreto.

Finalmente me dijeron que podía trabajar con ellos como ojeador y que me irían dando algunos trabajitos. Oficialmente estaba en prácticas para la Asamblea... De forma no oficial iba a ayudar a una pobre anciana con las labores de su casa y ella me pagaba una pequeña suma de dinero... Descubrí que lo que había en esa casa era una especie de gremio de matones a sueldo, pero a mi me daba igual. Mis primeros trabajos fueron traer paquetes de un sitio para otro, llevar algún que otro café, ordenar o llevar papeles de una mesa a otra, seguir a alguien un buen rato... Pero lo mejor era que me daba para comer haciendo algo honrado que sólo necesitaba de los ojos, las orejas, algo de memoria y saberte orientar por las callejuelas de la capital.

A los diez años se me enseñó a leer y escribir y pasé a ser un aprendiz.
Según decía mi maestro (porque por ese entonces se me asignó uno cuyo nombre era Asier) mi capacidad auditiva y mi concentración eran muy buenas y mi vista era capaz de percibir muchos detalles, a priori insignificantes.

Así fue como conseguí salir del atolladero por mis propios méritos y empecé a aprender sobre la Asamblea.
El señor de la chaqueta marrón resultó llamarse Miguel y ser de la rama de la asamblea llamada los Ashtati, por quienes yo había estado trabajando todo ese tiempo, una especie de soldado de búsqueda y eliminación pero también recopiladores de información, pruebas y lo que hiciera falta... Investigadores privados con el agravante de cazadores de cabezas. Un poco de todo. Por lo que pude deducir el gremio de los Magistrados tenía muy buena sintonía con ellos... Y donde haya caras-grises hay dinero contante y sonante.

Por otro lado, a mi me gustaba la calle, era mi medio natural. Cuando acabé mi fase de aprendizaje se me dieron a elegir varias opciones pero yo quería seguir los pasos de Miguel, el hombre de la chaqueta. Contemplé por unos instantes el empleo de transportista pero realmente lo único que me interesaba de ellos era aprender a conducir.

Entonces se me asignó un profesional del que recibiría ordenes.
No se como se lo hizo Miguel para alterar ese sorteo pero el caso es que le tocó conmigo, allí estaba, dispuesto a adoctrinarme.
Ese día recibí mi primer abrazo desde que tenía seis años, me sentí de nuevo como un hijo. Ese día comprendí que mi familia estaba allí.

Miguel me enseñó poco a poco y con paciencia. Resultó tener un carácter agradable y comprensivo, que se ocultaba bajo una cáscara de profesionalidad, severidad e imparcialidad. Siempre defendía que lo único que le importaba eran los suyos y “al cuerno con los demás”.
Me obligó a pulir mis malos hábitos, me enseñó a buscar y a investigar por mi cuenta usando mis contactos en las calles pero siendo sutil. Mantenía un régimen de ejercicio importante que incluía las artes marciales, entre ellos Jox, sucio y rastrero.
Un estilo próximo y rápido, el arte marcial Ukar, de mi planeta. Marrullero, lleno de trucos, de golpes bajos y dirigidos al sitio mas insospechado para dejar al adversario fuera de combate o con dificultades para seguir. La fuerza era secundaria y permitía luchar en ambientes cerrados.

Todo esto tenía un motivo. Miguel siempre decía que algún día tendría que correr, que a veces a uno no llevaba un arma encima para quitarse a los perseguidores y entonces todo ese entrenamiento tendría sentido, que el ejercicio era importante para el desarrollo de la mente también. Un cuerpo, una mente.
Allí fue cuando mi tutor descubrió la marca de mi espalda.
No hizo ningún comentario al respecto.
Sólo me preguntó cuándo había ocurrido y me indicó que había hecho muy bien en no enseñarlo a nadie.
Por otro lado, Miguel no era amante de las armas pesadas, de hecho no era amante de las armas en general. Su filosofía decía que no hacía falta un arma muy grande ya que en las ciudades los problemas venían en los espacios cerrados y distancias cortas.
Evidentemente yo me empapé de todas sus tendencias. Miguel era un perfecto maestro para mí.
Por lo que pude investigar por mi cuenta, Miguel había tenido una historia bastante similar a la mía. Un chico de las calles que había sido recogido por un Asambleario. Era natural que nos compagináramos tan bien.

Cuando cumplí los dieciocho años, para ese entonces ya llevaba cinco años bajo la tutela de Miguel, éste me confesó en secreto que un sacerdote amigo suyo le había enseñado algunos trucos hacía ya unos cuantos años y él me los transmitiría a mí. Me hizo entrar en una habitación completamente a oscuras.
A tientas intenté situarme. Parecía un corredor, las paredes eran lisas. Algo me empujó.

Caí al suelo desconcertado y oí la profunda risa de Miguel.
- Muy mal, cachorro -
- Miguel, no veo nada... ¿No estabas delante? –
La respuesta de miguel no se hizo esperar.
- ¿No puedes o das por supuesto que no puedes porqué no quieres? –
- ¿Qué? – fue lo único que se me ocurrió responder.
- Mira con los ojos de la mente, escucha con el sentido del cuerpo –
- ¿Estas de broma? – respondí.

Lo recordaba como si fuera ayer...
Fue realmente difícil ese aprendizaje en la oscuridad, tanto tiempo. Poco a poco descubrí que sí se podía ver en ese ambiente totalmente oscuro y que hasta se podía oír un alfiler cayendo a cien metros de distancia.
Todo era cuestión de concentrarse profundamente. Esto me llevó muchos meses de aprendizaje, pero no siempre estábamos encerrados. Íbamos y veníamos, vigilábamos a algunas gentes, escuchábamos conversaciones imposibles de escuchar en los mercados...
Hasta que, a los veinte años mi tutor me creyó preparado para desenvolverme solo y revelarme un nuevo secreto.
Él era un Juez de vigía. La policía interna de la Asamblea.

Comprendí al instante que me estaba ofreciendo un puesto entre los jueces.
Mi única familia era la Asamblea y, sobretodo, Miguel. Sólo quería el bien para ellos así que acepté sin vacilar.

Y tres años han pasado... y esta vez recibo un encargo directamente de la Asamblea en Byzantium Secundus para controlar no-se-qué negocios extraños que se están llevando a cabo en un polígono industrial que, se intuye, están haciendo actividades indebidas. Necesitaban infiltrar a alguien allí y yo estaba en ese momento sin encargos.

No se prevee un trabajo difícil y mucho menos violento pero aquí no gozo de red de información y ningun contacto... Sin embargo eso no es nada que no se pueda fabricar rápidamente con la ayuda de un Magistrado. Tiempo al tiempo.
Por si acaso me llevo mi pistola bláster y mi recién adquirida identidad falsa. Ahora mi nombre es Jason Lynx.


domingo, 16 de septiembre de 2012

4- La Ferai

Dos semanas después mis puños estaban aun llenos de costras, al igual que mi muslo izquierdo y mi cara, ya marcada por el resto de mis días pese al suave masaje de los gusanos Renk que, incansables, iban chupando cuidadosamente la piel muerta, el pus y el sudor próximo a mis heridas, saneándolas.
Mientras me recuperaba en mi cuchitril, descansando las horas de calor del mediodía, aquellas en que ni una gota de aire pasa a través de los ventanales y las techadas de caña crujen por el machacante sol apostado en el zénit, Darej hizo el intento de colarse por la puerta del patio de armas con sigilo.
Sin embargo Jojo, siempre vigilante, profirió uno de sus gritos de advertencia, no de pánico, y yo me incorporé en el camastro de paja, cuchillo en mano, preparada para cualquier cosa para descubrir a mi maestro, algo molesto, llevando en sus manos un paquetito envuelto en tela barata de fieltro.
Tras unas palabras de bienvenida y un comentario acerca de que mi lagarto Z'tal, Jojo, había estropeado la sorpresa, Darej me ayudó a desempaquetarlo.
Era una espada de hueso resquebrajada con una agarradera y un montón de trozos cuarteados de concha de tortuga que, pese a la sombra y a mis ojos aún legañosos, reconocí como el arma de mi padre.
- Es para ti –
La emoción me invadió. Quise abrazar a Darej por ese obsequio que valía más que todo el oro del mundo para mí. Noté como algunas costras se resquebrajaban en mis puños y la herida de la pierna quemaba al querer incorporarme, pero eso no importaba. Completé el abrazo, emocionada.
- Gracias – fue lo único que pude articular.
- Como te encuentras – respondió él sin poder evitar fijarse en el temblor de mis manos y el dolor patente en mi cara por el esfuerzo de mi pierna.
- Me duele, pero es normal... Los Renk ayudan – dije destapando la tela opaca que cubría ligeramente las costras de mi puño izquierdo, dejando ver a una de las reptantes babosas sorbiendo la sangre que había salido de la herida y repartiendo una espesa baba cicatrizante por allí por donde pasaba.–
- No se como puedes ponerte estas cosas en todas las heridas –
- No hacen ningún daño y es la forma de no perder líquido –
Los renk adultos, como sabrá son comestibles.
- Lo se pero sigo sin acostumbrarme... - contestó algo asqueado - Bueno, si estás bien mañana vamos a ver a un conocido y que nos arregle esto – dijo señalando los trozos de cascara de tortuga - He estado pensando y espero que seas digna de llevarlo.. Si quieres. -

Sólo pude responder con una afirmación entusiasta así que a la mañana siguiente mi maestro me internó, yo ranqueando, en el barrio de hombres libres de Tyr, parando delante de un artesano.
Al entrar en la fresca tienda descubrí gran cantidad de armas, pero también utensilios variados para remendar cepillos, cuencos, botes, lamparas y otros artículos cuyos fines desconocía.
Mientras yo perdía el tiempo observándolo todo, Darej se adelantó y se abrazó con un elfo medio codo más alto que él.
Al momento me indicó que me acercara y me presentó al artesano de nombre Tirias.
Mientras negociábamos el precio del trabajo de reparación de tan preciada arma, pude fijarme en una chica que trasteaba por la trastienda buscando o recolocando unas cajas. La chica, de pelo negro y ojos grises, sólo se paró para saludarnos con un breve movimiento de cabeza y volvió a desaparecer por donde había venido, lo suficiente para dejar entrever su delgada pero fibrosa silueta. Era una trabajadora, no era una plebeya cualquiera.
Tirias nos explicó que era su aprendiz y que era un poco reservada pero bastante eficiente.
Finalmente el elfo observó detenidamente el arma y acabó poniendo un precio muy razona completar la reparación, no tardarían mucho, a lo sumo cinco días, siete si había mucho trabajo por en medio

Al cabo de cinco días volvimos y el elfo nos recibió de nuevo efusivamente para luego mostrarnos el trabajo:
La hoja había sido sustituida pero no la concha de tortuga que protegía la mano y parte del antebrazo; ésta había sido reparada, reenganchada y reforzada además de pulida. Nunca la había visto tan reluciente, ni tan sólo cuando padre entraba con ella en el ruedo. Estaba prácticamente irreconocible, brillaba, era ahora un arma orgullosa, sencilla pero amenazadora, parecía tener carácter propio.
Pese a la perfeta presentación, me puse a examinar el arma minuciosamente y, Tanto Tirias como Darej, vieron mi mirada de suspicacia. Tirias, adivinando mis pensamientos desconfiados añadió:
- El artículo estaba en garantía
A lo que darej puntualizó:
- Hacíe muchos años que conozco a Tirías y él ha confeccionado todas las armas de entrenamiento que has etsado usando estos meses. Tranquila chiquilla -
Con eso me quedé algo más tranquila.

Pasó un mes más hasta que volví a estar en plena forma y para ese entonces una nueva batalla campal se estaba gestando en el seno de la arena de Tyr, siempre deseosa de nuevos entretenimientos y de su dosis de sangre. Las calles andaban rebosantes de rumores sobre el espectáculo que iba a ofrecer el noble Lord Fester, cabecilla de una de las familias mas ricas de Tyr, en nombre del casorio de su primogénito y la arena, como no, sería el punto culminante.
Los rumores decían que se habían llevado fieras de hasta del mar de cieno, mientras que otras insistían que un marchante nuevo había hecho unos precios baratísimos por algunos grandes animales. El combate se las daba de épico, habría grandes luchadores en los juegos y el número final sería un tú a tú a muerte entre los dos grandes gladiadores de los propios corrales de Fester. En lo único que estaban de acuerdo todos los consultados era que había sido un despilfarro de dinero enorme que Fester se podía permitir.

Y allí estaba yo, apuntada en la liza y pendiente de ser asignada… Darej y yo sabíamos que los novatos irían al Ferai, nadie se podía permitir el lujo de perder a un buen hombre en una exhibición de animales, cosa que para mis intereses era perfecto. Le daría buen uso a toda la experiencia adquirida en las cuadras y a mi innato poder psiónico para tranquilizar a los animales y ese era precisamente el sitio al que me convenía ir… Pero de nuevo no todo fue como esperábamos.

Quince éramos los gladiadores que entrabamos en la liza, entre los cuales se encontraba Rale, al que saludé efusivamente en el reencuentro. Ninguna otra gladiadora había en el ruedo pues una semana antes había habido una cruenda masacre en un complejo juego por equipos en el que el equipo de gladiadoras acabó perdiendo.
Fui a ver ese espectáculo, Falak fue herida pero no murió, se recuperaría de esa. Sus heridas eran graves pero nada que sus amos no pudieran costear.
Así que no quedaba ninguna otra chica novel, ni en los corrales de Fester ni las de los grandes esclavistas en condiciones para salir al Ferai. Por supuesto había otras noveles en Tyr, pero los propietarios eran demasiado poco prestigiosos como para competir en esos juegos.

Cuando faltaban pocos instantes para que se iniciara el combate en la arena y todos los gladiadores restaban haciendo sus preparaciones ( algunos rezan, a otros se les ve pensativos o cabizbajos y otros fanfarroneaan nerviosos bajo la atenta mirada del carcelero) la puerta del fondo, la que da a los intrincasdos túneles de acceso de los gladiadores, se abrió dejando entrar una baja encapuchada, debería medir algo más de tres codos pero le faltaba medio palmo para llegar a mi altura. A su lado pasó un hombre fornido al que era fácil de reconocer como templario de Tyr. Éste último se acercó al carcelero y cuchichearon algunas cosas además de intercambiar un considerable saco de monedas y unas sonrisas.
Justo después el templario se fue con una sonora carcajada y el carcelero retiró la capucha para ver al nuevo enlistado, empezándole a hablar al tiempo que le retiraba la capucha; esta vez las palabras se oyeron perfectamente:

Nena... Esta será la primera vez que ese templario pierda una apuesta, te lo puedo asegurar... ¿Como quieres que te llame para saber quien va a ser pasto de los gusanos?”

Todos los nerviosos gladiadores estábamos pendientes de esa escena, así que todos nos sorprendimos al ver a esa chica… Sin embargo yo me llevé un sobresalto algo mayor al reconocerla como a la aprendiz de Tirias.
Ésta sólo respondió con un hilo de voz, mirando al suelo con aprensión y con una actitud tímida:

Cadenza...”

Un momento después el carcelero asintió y la empujó a un banco con el resto de gladiadores.
Tras eso empezó a vociferar las instrucciones:

Escuchadme bien, basura. Lord Fester ha decidido que sois muchos, aun así hoy vais a salir dos. Para animar la velada escogimos un par de Alimañas y les vamos a dar de comer... Si hay parejas vivas una vez eliminadas las bestias deberéis luchar entre vosotros... Intentad no matar a vuestro compañero de baile, le necesitaréis para llegar al final...
Cuando solo quede una pareja tendréis que deshaceros de las cadenas... Aseguraros de tener algo que corte hueso reforzado de un golpe JAJAJA”

Tras eso unos esclavos transportaron las cadenas de hueso reforzadas de uno metro de largo y enmanillaron a todas las perejas. Al ser las únicas chicas nos juntaron. Seguro que serían una pieza cotizada en las apuestas
Yo ofrecí la mano derecha a la manilla y me dejé la izquierda libre mientras dejaba a la chica la diestra libre.

Me detuve un segundo antes de salir a la plaza, hice mi corto ritual, el mismo que me había enseñado mi madre: recogí un puñado de arena con las manos y murmuré lo mismo de siempre “somos sombras y ceniza, somos arena y sangre”.
Momento después me froté las manos con esa arena, me coloqué el Tortoise y avancé al ruedo mientras le decía a Cadenza: “Quédate detrás de mi”.

Nunca había visto tanta gente ni tantas personalidades importantes aplegadas en la arena de Tyr. En el pedestal estaba el noble Fester junto a su hijo y algunos representantes de la flor y la nata del estamento nobiliario de la ciudad. La arena estaba llena a petar y los gritos de sangre retumbaban en las paredes como un gran tambor.
Las apuestas, de seguro, empezaban a bailar.
Tras unos momentos para que todos los apostantes hicieran sus pujas por las parejas presentes en la arena, en total ocho, empezó la Ferai.

Las puertas laterales del ruedo se abrieron y de la más próxima a Cadenza y a mí salió una pequeña jauría de Jhakars, esos malditos lagartos medianos con una mordedura atroz que no soltaban a su presa hasta reducirla y hacer un festín con sus huesos o morir en el intento. En total cuatro que se dirigían directamente hacia mí y mi compañera.

De refilón pude ver un Topocerdo enorme cargando contra los pobres tipos de mi derecha y un poco más allá un enorme Takis, el oso del desierto, que salía disparado al ruedo.

Los Jakhars no eran, ni mucho menos, tan grandes como el Topocerdo o el Takis pero eran más y trabajaban en grupo, organizados. Afortunadamente el hecho de tener a Cadenza detrás desanimaba a los Jakhar de intentar atacarme por la espalda.
Lo importante era quitarse de encima a los Jakhars cuanto antes, así empleé mi poder psiónico para adormecerlos justo antes de golpear.
Pese a estar adormecidos mostraron menos resistencia de la que yo esperaba. Maté a tres de mientras que el otro cayó herido por un muy buen lanzamiento de daga de Cadenza y rematado por ella misma cuando estaba en el suelo con otro pequeño cuchillo. Esa chica se movía bien y , sorprendentemente, no me molestaba en absoluto su peso muerto.
Al momento de acabar con el último Jackar oí unos bufidos y un cabalqueo que no me gustó nada:
Por el rabillo del ojo vi una forma grande corriendo hacia mí, sólo me dio tiempo a apartarme parcialmente. El Topocerdo embistió la parte más baja de mi pierna. Di una voltereta en el aire por el impacto y acabé cayendo de bruces sangrando por el impacto.
Afortunadamente el jabalí tardó algo mas en frenar y me dio tiempo a levantarme, cojeando por el dolor en la espinilla. Agradecí a los crudos desiertos la suerte de que no tuviera nada roto y le dije a Cadenza que se preparara: debía quedarse detrás y aguardar para usar la cadena que nos apresaba para hacer caer al animal.
Y así fue. Al tener al animal cerca en su carga, nos fuimos una por cada lado, y atrapamos las cortas patas del jabalí casi ciego, haciendo que este se cayera al suelo sobre todo su peso. Sin embargo la embestida fue terrible y Cadenza cayó al suelo con su brazo dolorido por el tirón de la cadena.
Aprovechando que el jabali estaba en el suelo aproveche para hundir el filo de mi tortoise en el dorso del animal, cosa que le hizo cabrear. Esquivé su siguiente carga de milagro y, cuando el jabalí se giró de nuevo, un cuchillo de Cadenza se clavó en el ojo izquierdo del animal.
Este chilló y rascó el suelo dando varias volteretas sobre su torso cuando, de repente una pinza enorme provinente del centro de la arena lo partió por la mitad.

Nunca había visto tal cosa en los establos, ni tan sólo lo había oído que pudiera existir, pero ahí estaba, girando lentamente sobre sus seis patas para enfrentarse a nosotras, el objetivo móvil más cercano.

Los movimientos del gran cangrejo eran enormemente pesados y su armadura formidable, la gran pinza tardaba en alzarse y caer pero cuando lo hacía causaba un temblor de tierra, calculé que la pinza pesaba lo mismo que algo más de la mitad del jabalí topo y ésta atacó.
Traté de dañarla o apuñalarla en un par de ocasiones, sin resultado alguno, además estaba la segunda pinza que, pese a ser mucho más pequeña también estaba muy afilada y veloz. Digo pequeña en un modo relativo, pues su apertura era lo bastante grande para cortar el brazo de un semi-gigante de cuajo.

Estuve a punto de retirarme a la desesperada cuando Cadenza me brindó una solución:

Cuando golpea con la pinza grande tarda un poco a levantarla del suelo. Cuélate por el centro y clava en la articulación para romperla. Vigila con la otra pinza y no te preocupes por mi.”

Esa chica era lista y tenía una puntería endiablada con los cuchillos, además lo que decía tenía sentido. Podía funcionar.
En dos ocasiones probé de internarme en la defensa pero en dos ocasiones fui repelida por la pinza pequeña. A la tercera ésta no llegó a tiempo, pues algo se enrolló en ella. Con un rápido movimiento conseguí pegar un buen agujero en la articulación de hombro, que crujió como cuando pisas una cucaracha, sin embargo al segundo pinchazo la enorme pinza se replegó sobre si misma y con un sonoro “clack” del partir de un hueso el filo de la espada tortuga se desapareció por completo en el interior del caparazón de esa bestia que ahora profería un sonoro chirrido de dolor y se retiraba unos pasos con la gran pinza parcialmente inmóvil pero aun amenazante.
Acostumbrada a improvisar cómo me había enseñado Darej, tiré el arma rota y busqué una lanza, que encontré enterrada en el cuerpo decapitado del Takis, a unos ocho metros de allí.
Recogí esa pica y volví a encararme al cangrejo, seguido de cerca por Cadenza que estaba realizando una magnífica labor a mi espalda, haciendo que yo pudiera despreocuparme de guardarla, aun así su preciosa capa, la que la había vestido hasta los pies, estaba ahora hecha girones.
El cangrejo, tras un envite volvió a dejar la articulación a punto de caramelo y le ensarté la punta de la lanza por el agujero de entrada que hice la anterior vez. No penetró demasiado adentro, pero sí lo suficiente para que la pinza grande dejara de defender la cabeza del animal. Bloqueada la gran pinza en un angulo abierto que hacía que al enorme acorazado le costara mantenerse en equilibrio el cangrejo se había quedado sin arma también

Sin embargo yo necesitaba otra lanza.
Vi a Rale sentado en el suelo al otro lado de la arena y jadeando, sostenía entre las manos una lanza larga con punta de obsidiana negra y tenía la cadena colgando de su brazo, mientras que al otro lado no había nadie.
Grité para que me oyera, pues estaba parcialmente ausente y perdiendo bastante sangre por el costado. Rale dio un respingo y arrojó la lanza en nuestra dirección con todas las fuerzas que le quedaban, aun así la pica aterrizó a unos cinco pasos por detrás del cangrejo. Con una rápida carrera Cadenza y yo rodeamos al enorme animal a distancia prudencial, este nos enfrentaba ahora sin moverse de su sitio, como una peonza y con los brazos en alto, abiertos, mostrándose imponente cuan era y para mantener el equilibrio. Al recoger la lanza la empuñé buscando su boca. Después de todo allí tendría que haber un orificio blando, sin embargo no llegaría muy adentro con mi fuerza.
Cadenza, cómo leyéndome el pensamiento agarró la lanza conmigo. Nos miramos, asentimos y cuando el gran cangrejo fue a levantar la pinza pequeña para volverse a mostrar desafiante corrimos y clavamos en el centro de la boca. Por lo menos dos codos de la lanza penetraron en el animal y este, con un aullido, se derrumbó lanzando un chorro de espuma por la boca, agonizando.
Tras un momento arrastré a Cadenza hacia el animal, recogí una espada de obsidiana del suelo y subimos desde un lateral encima del caparazón para que todo el publico nos viera… Y además para poder observar la arena desde una posición privilegiada.

Al ver que eramos la única pareja y no quedaban animales en el ruedo, levanté mi espada, hice una llamada al público y después la clavé de nuevo hacia dentro de la boca del animal, más teatro que otra cosa,porque el bicho seguía agonizando lentamente
Arrastré a Cadenza en frente del palco para proclamarnos ganadoras, sin embargo entre el público ya empezaba a correr el grito “Corta el vínculo! Corta el vínculo!” Yo lo había oído muchas veces y significaba que una de las dos debería acabar con la cadena y sólo había una manera: cortando la mano de la otra.
Comprendiendo que no podía cortarle la mano a una artesana y que yo no pretendía perder al mía me quedé esperando atenta a la reacción de Cadenza.
Poco a poco el griterío del público en júblilo fue tornándose en odio. La indecisión y el desafío al palco por el hecho de que ninguna de las dos nos atacábamos empezaba a hacerse patente. Para reforzar ese espíritu en la gente, yo tiré mi arma al suelo y empecé a decir que las ganadoras eramos nosotras que se fueran a la mierda, que no luchaba contra no gladiadores.
Fester se enojó tremendamente y, justo antes de que este estallara en fúria y nos hiciera ejecurtar a ambas, Cadenza desenvainó una corta espada de madera y obsidiana desde uno de los pliegues de su maltrecha capa, una silvadora. El publico se calló ante esa novedad, espectantes pues en ningún otro momento la chica la había enarbolado, ni tansiquiera mostrado. Todos pensaban que me atacaría, yo me preparé y la aguda nota resonó cortando el aire para aterrizar en un eslabón de la cadena, que se partió en dos bajo ese arma, lo cual habría sido una proeza incluso para un semi-gigante.
EL público enmudeció sorprendido mientras en el palco un templario apareció e intercambió cuatro palabras con Fester.
Fester, temiendo que la cosa se le fuera de las manos y perder el favor de la muchedumbre hizo el gesto de la vida y los que quedaban en la arena pudieron retirarse.
El clamor del público era confuso, algunos descontentos con el resultado del combate, otros emocionados por ese final tan poco habitual…
Cadenza y yo nos fuimos por nuestro propio pie, yo recogí los restos de la espada tortuga de mi padre y me retiré lo antes posible antes de que me alcanzara algún objeto desde el público.
Sólo Rale y otro gladiador sin pareja pudieron abandonar el ruedo en pie y en condiciones. Otros cuatro estaban malheridos al salir, los animales no son benevolentes ni te puedes rendir ante ellos.

Me temo que allí empezó mi carrera de gladiadora infame.
Darej me dijo que una vez empezado el público no olvida. Debía elegir un camino. Y elegí el sendero oscuro, pero a mi manera.