miércoles, 11 de julio de 2012


3- La Arena.
Durante los siguientes seis meses fui manteniendo la rutina de entrenamiento con mi mentor, ésta vez entrenando con armas de gladiador y haciendo pequeños combates de entrenamiento con otros contendientes, esta vez sí, con armas romas.
Aun así en una ocasión estuvieron a punto de quitarme el ojo izquierdo. Me pegaron un buen golpetazo en la ceja y mejilla, que estallaron en sangre dejándome la cicatriz que podéis ver.

Con esos combates conseguimos algún dinero más, pues en Tyr muchos sienten un gran apego a apostar, aunque no conseguimos mucho debido a que pocas veces conseguía ganar mis envites.

Tras ese período se me dio a elegir mis armas principales con las que entrenaría más intensamente. Elegí la espada tortuga y el Hakang, una doble hacha de mandíbula de Kang, y el Hearthpeak, un pico de hueso, como arma rara.
Pese a que mi padre usaba la espada tortuga y la lanza apresadora y la lanza thri-kleen yo me sentía mejor con las armas cortas.
Después del entrenamiento, mis piernas eran ágiles, mi cuerpo flexible y musculado pero ligero, lo que me permitía aprovechar la velocidad.

Ahí fue también cuando Darej me dijo que podía volver a mi casa a dormir todas las noches si yo quería, no era extraño que él se diera cuenta de que yo necesitaba algo más de espacio, después de todo había pasado la parte crítica del entrenamiento y yo ya tenía quince años. A esa edad la mayoría de mujeres ya estaban casadas, de hecho había salido el tema del sexo en múltiples ocasiones, pues él había adquirido el rol de tutor tras todo ese tiempo y quería que eso no me condicionara.
Pese a que ahora creo que lo que el viejo quería era ver si yo practicaba por mi cuenta, debo admitir que para cualquiera era muy extraño que a esa edad yo permaneciera casta.

Me volví a instalar en mi “casa” con JoJo, que ésta vez no estuvo muy contento con ese cambio.
Para mí fue mayúscula la sorpresa al encontrarme que Darej había hecho reparar secretamente el viejo material de entrenamiento del patio y me había proveído de un pequeño surtido de armas romas guardadas en una taquilla bajo llave, para evitar los tan frecuentes robos, y había reparado la puerta y en candado. Eso valdría una pequeña fortuna.

Pese a mi nuevo sitio de descanso seguí acudiendo a casa de Darej día tras día a entrenar y por las noches me quedaba practicando por mi cuenta.
Los combates de entrenamiento siguieron una buena temporada, recuerdo que en ese periodo mi tutor me llevó una noche, casi forzosamente, a una casa de placer. Me sentí contrariada e insultada y me enojé con él unos cuantos días, pero en el fondo se lo agradecí pues descubrí que no había nada de malo. Ese día, evidentemente, no hice nada pero la convesación con aquel chico fue muy agradable, un cambio en la rutina, además él era bastante atractivo a mi parecer. Ni alto ni bajo, ni flaco ni gordo, ni musculoso ni canijo, con el cabello corto y esos ojos verdes que parecían beber directamente del espíritu... sus dientes blancos y sus labios finos.
Esa vez no hicimos nada, yo estaba demasiado cabreada como para dejar que se salieran con la suya. Aun así fue lo bastante reconfortante poder hablar con otra persona y volví allí días mas tarde. Ahora no sabría decir si fue sólo a hablar o realmente deseaba sentir el placer prometido... Después de todo el chico no me forzó y no me arrepiento de nada de lo que ocurrió esa noche. De hecho me dio muy buenos consejos en muchos aspectos de mi vida, llenó un pequeño hueco de comprensión que ni Darej ni mi madre podían llenar y por eso le estoy agradecida, pese a saber que lo hacía por dinero.

Entre entrenamientos pasó casi un año más hasta que Darej, a regañadientes, consideró que estaba preparada, pues había mejorado mucho gracias a las sesiones extra en el “patio de mi casa”.
Todo ese largo periodo de entrenamiento tuvo, en efecto, sus también unas consecuencias sobre mi cuerpo.
En una ocasión la punta de una lanza restalló contra mis costillas y consiguió abrirme un gran surco aquí, un poco mas abajo del pecho derecho; era idea de Darej que luchara en los combates de entrenamiento contra otros luchadores atacando siempre con el arma del brazo derecho aun siendo zurda, decía que no era bueno que los otros supieran mi verdadero potencial con el otro brazo por si necesitaba usarlo, que era bueno que pensaran que yo era diestra por naturaleza como la gran mayoría. Así fui mejorando continuamente con mi brazo malo, pero me costó algunas feas marcas también en ese brazo, más de lo que habría requerido, supongo.

Darej dice que “Hay que llevar las cicatrices con orgullo, pues en ese sitio te guardaras de recibir un nuevo corte.” Yo no estoy tan segura, pero recuerdo que padre también decía eso a menudo.

Mis formas también habían cambiado por completo, mis músculos abultaban sobre mi piel tostada al sol; donde antes sólo había un cuerpo de niña ahora se alzaba el de una gladiadora: Podía justar durante largo rato sin descanso sosteniendo el peso de una pesada armadura de quitina, mi juego de pies era rápido y había aprendido a usar bastantes armas, pero sin duda mi preferida, mi baza secreta, la que más dominaba, era la espada tortuga sobre mi brazo izquierdo.

Y llegó el gran día.

Tal y como Darej había predicho, las cosas se habían torcido y debería ajustarme.

Había un gran número de combatientes noveles, entre los cuales me contaba y se entraba en la arena sin armadura.
No cuento como armadura ni arma los vendajes en los antebrazos y puños, sin embargo el organizador insistía en que podría decirse que los cristales encolados con baba de caracol Myatt a los puños sí podrían considerarse alguna clase de arma. Las chicas vestían algunas pieles para tapar los pechos y ambos sexos llevaban una prenda corta para los bajos.
Al otro lado de la verja, algunos combatientes más experimentados (cuatro) resistirían el envite armados con armas cortas y ataviados con partes de armadura en pantorrillas y hombros. Pese a superarlos en cuatro a uno el resultado no estaba nada claro. Todo dependía de cuantos noveles perdieran los nervios y fueran abatidos en el primer asalto...

Y fueron bastantes, después de todo era la primera vez que la mayoría combatía en La Arena de tyr, incluida yo, con el mismo Tirano observando la justa desde uno de los cien balcones de su palacio, con el clamor del gran público golpeándote las orejas como una tormenta de arena.
Tras el primer envite, de los dieciséis novatos nos teníamos en pie sólo once.
Los que quedamos tuvimos que arreglarnos como pudimos para tumbar a nuestros oponentes.
Recuerdo ese tajo que, de no haberme retirado a tiempo, me hubiera partido la nariz y parte de la frente en dos mientras distraía al tipo de delante con algunas burlas para que otro golpeara la espalda con su puño. Efectivamente el chico que golpeó, debió pensar que el dolor de las punzadas de los cristales junto al impacto del puñetazo en la columna vertebral del luchador sénior serían suficientes para derribarle, pero al sentir el golpetazo el gladiador armado giró sobre si mismo y enterró la espada en la barriga del pobre diablo.

Entonces en esa parte de la arena quedamos solo dos con el gladiador.
Entre los dos y gracias al primer golpe del chico que ahora yacía moribundo intentando retener sus tripas dentro de si mismo en el suelo, conseguimos abatir al hombre con armadura no sin que antes yo me llevara un muy duro codazo en la ceja derecha que hizo que mi ojo se me hinchara rápidamente.

Recuerdo que cada puñetazo que daba yo hacía manar sangre como la picadura de diez serpientes tigre y, al cabo de poco, mis nudillos y todo el puño yacieron recubiertos de sangre, pues a cada golpe los cristales se hundían en la piel del adversario, pero también en la nuestra.

Una vez caído nuestro gladiador, el chico que me había ayudado recogió el arma del caído pese a que se había advertido que eso sería penalizado. Al momento dos saetas disparadas por un par de templarios desde la grada inferior del ruedo, los mismos que controlan que los gladiadores no traten de escapar, se clavaron en su pecho y expiró por ultima vez mientras los ojos se le ponían en blanco y trataba de balbucear algo.
Di silenciosamente gracias a los elementos por no haber sido lo bastante rápida ni espabilada para recoger yo ese arma y contemplé cómo iba el resto de la melé.

Sólo quedaban dos gladiadores armados haciendo piña entre ellos luchando contra cuatro chicos y una chica. Los novatos tenían algunos cortes y sus puños sudaban profusamente pero ninguno estaba incapacitado.

Aproveché para deslizarme por detrás de uno de los seniors mientras otros dos chicos, habiéndome visto, lo distraían.
Solté un puñetazo desde la espalda del gladiador, trazando un círculo, para tratar clavárselo desde delante y en el ojo, pero fallé y mi golpe fue a dar más abajo, en el pómulo.
Al notar mi fallo me puse rápidamente a cuatro patas en el suelo recordando lo que había pasado con mi primer aliado y, efectivamente, una espada dentada silbó con el sonido de una ocarina por encima de mí, permitiendo a los otros dos que se abalanzaran sobre el armado gladiador a la vez.
No contaron con que la espada, al no encontrar un objetivo siguiría al gladiador en su giro mortal enterrándose entre las costillas de uno de los desdichados chicos, ahora al ataque.
El otro, un semi-elfo de nariz ganchuda y pelo negro, habiéndose parado la espada, sí acertó en su empujón que derribó al hombre, haciéndolo rodar sobre mi espalda.
El gladiador cayó de lado y con sus pies por encima de mí.
Entre yo y el semi-elfo que mas tarde, descubriría que se llamaba Ralé, lo incapacitamos rompiéndole ambos brazos y seguimos hasta el último, que combatía aún contra dos adversarios, un enano bastante alto por los cánones de su raza y una chica humana con una marca de esclavitud en su torso izquierdo.
El último gladiador se vió rodeado, cansado y perdiendo profusamente sangre por una fea herida en el hombro derecho, dónde se había roto el enganche de su hombrera.

Perdimos al enano por un profundo corte en la pierna, pero eso nos permitió finalmente abalanzarnos y dejar desarmado e inmobilizado al contrincante.
Éste pidió clemencia.
Entre los tres lo agarramos y lo giramos hacia el palco. El gentío estaba exaltado y emocionado, nosotros exhaustos y ensangrentados. Ya empezaban a entrar las asistencias para intentar salvar a los heridos, el tiempo transcurría muy lento y finalmente el oficiador, en un movimiento de muñeca y una sonrisa socarrona, decidió perdonar la vida a nuestro preso.
De esa arena salimos airosos Rale, el semi-elfo esclavo con el que derrotamos al segundo gladiador y Falak, la otra esclava junto a la que derrotamos al último, además del hombre al que el ruedo perdonó la vida, de nombre Irol.
Sé de buena fe que algunos noveles, quizás cuatro o cinco, sobrevivieron también a esa refriega y se han sido rehabilitados como gladiadores, el resto murieron o quedaron demasiado tullidos.
De los tres derrotados sólo al que partimos los brazos respiraba al final de la batalla, pero los ejecutores lo mataron por designio del oficiador.

No es extraño que con Rale, pese a ser un semi-elfo, y Falak se forjara un vínculo instantáneo. A los pocos minutos Irol apareció en la cámara de los noveles, con expresión seria y caminando pesadamente. Un vendaje sangrante en su hombro lacerado.
Al llegar frente a nosotros su expresión se relajó y nos abrazó uno a uno. Resultó ser un tipo muy agradable, nos felicitó y nos invitó a un trago de licor que había conseguido camuflar entre sus ropas después de recibir las primeras atenciones médicas.
Pese a la desconfianza inicial de los noveles, sobretodo de Rale, Irol demostró ser un tipo jovial. Nos enteramos que era el sexto hijo de una familia noble, no tenía ninguna posibilidad de ascender pero, sin embargo, trataba de ganar gloria como gladiador y llevaba unos tres años en las arenas. Estuvo compartiendo con nosotros su punto de vista sobre las cosas que teníamos que mejorar y nosotros también le dimos nuestras opiniones que aceptó de buena gana.

Darej no tardó en aparecer para venirme a buscar y felicitarme. Irol le reconoció y le presentó sus respetos, aun así mi mentor no tardó en despedirse cortesmente con un “Os lo habéis ganado, disfrutad del momento antes de que vengan a buscaros”.
Apenas unos minutos después aparecieron los esclavistas a reclamar a Falak y a Rale que tuvieron que irse a trompicones, no sin antes darnos un caluroso abrazo y compartir nuestros mejores deseos de no encontrarnos en la arena cara a cara.

Irol y yo nos despedimos algo más amargamente a sabiendas que el ruedo, frecuentemente, pide volver a ver enfrentamientos entre gladiadores que ya han luchado el uno contra otro.

2 comentarios:

  1. Holaaaa

    Me ha gustado mucho, desde el principio me quedado enganchada. Y la ilustración está guay. Siempre que puedas pon una imagen con el texto, ayuda a captar la atención ;P

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    1. Gracias Ali!!
      Da gusto que almenos alguien le ha echado un ojo ^^
      Siempre procuro poner una imagen, asi como que ambienta.
      Nos leemos!

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