hay
esas palabras que al escritor perturban,
las
que busca con esmero y astucia,
tras incontables hojas sucias.
Indómita, esa rima se resista al alba.
Descarada, ¡Oh Orgullosa! Al no plantar cara.
Perdida. Piensa el escritor de día,
¿Rota o ya escrita en alguna rugosa esquina?
En balde versa el poeta al tumbar la tarde,
Huérfanas letras hacia ninguna parte.
Y sigilosa, pícara, se refugia esa prosa en la noche
Cual danzante musa que la luna esconde.
Y sin previo aviso la grieta desborda,
en
la letra corrida, en una simple coma,
y
hebras se tejen en su influencia azarosa,
sucumbiendo
al trance entre la letra borrosa,
susurra
Rubricante cual terrible Diosa,
y
ascienden libres sus oscuras mariposas.
¿Entre
obrar y deshacer cuál es su venganza?
¿Es
virtud o maldición lo que le alcanza?
Que
si al ver níveo el lienzo el temor avanza,
Cuando
asciende Ella su posesión atrapa,
Cambiando
tiempo por prosa, arena por letra,
hasta
que el sol toma de nuevo por sorpresa.
Pues
cuando echa Perséfone su alhaja,
se
convierte cada grano de arena en palabra.
Pero
cuando la Diosa echa su mortaja,
se
asesina las horas buscando entre morralla.
Y
todo lo plasmado a cambio del tiempo dado,
Y
todo lo sufrido por dar forma a este canto,
será
condena cruel de algún lector incauto.
Y
a su vez esa grata inspiración divina,
aquellas
mariposas sembradas en linea,
podrán
ser abono en una cabeza vacía.
Así
que danzad, danzad, oscuras mariposas,
en
un poema simple, en una humilde prosa,
en
un relato corto, en una ficción hermosa,
danzad
hacia el autor que con arte os evoca,
salid
de la grieta que os cuida y atesora,
preñad
la mente de los que lean sus obras.