Kotkel, História de un minero.
Cambio de história, Dejamos para una próxima entrada la resolución de la história de la gladiadora para entrar en la historia de Kotkel Thord. Es un relato que hice para un Rol en vivo de Arcaron,el secreto de Shier'pe que al final fue modificado por masters de cabo a rabo y que, posteriormente, yo cambié y adapté para tornarlo en un escrito auto-conclusivo.
0: Augurios.
La
vida de Kotkel siempre había sido el túnel.
Cuando los padres de
Kotkel, Kasandra Gamlin y Kelton Thord, le enseñaron a su hijo al
padre de la isla, el sacerdote local del culto a Sher'pe(un
espíritu curativo y vengativo por igual con forma de serpiente),
para que este efectuara el ritual de augurio frente al recién
nacido, un pelo se coló en el cuenco de agua de mar ayudando a que
la cera fundida que se vertía en él se posara a su alrededor,
quedando así una larga mancha similar a una candela. El padre de la
isla quedó turbado y tardó dos días enteros en interpretar ese
augurio.
Al final de esa reclusión, el padre de la isla dijo a
los padres de Kotkel que le pusieran el nombre que quisieran pues, en
la intimidad, por dos veces había repetido el ritual de la cera y el
mismo cilindro se había repetido en ambas ocasiones. Parecía claro,
entonces, que la providencia marcaba al niño con algún suceso.
El
padre de Kotkel, minero de profesión, tenía una interpretación
para tal augurio que nunca se atrevió a pronunciar ante el padre de
la isla. Nadie se había dado cuenta de hacia dónde había quedado
apuntando el barquito de cera, pero él si, porque era exactamente a
quién había señalado. Y ese primer barquito... Era exactamente
igual que la entrada de la mina en la que él trabajaba. (o eso vio
él... pues era muy supersticioso sin embargo ese largo pelo que
quedó a lado y lado... Ese pelo le turbaba)
El nombre de niño
que recibió el neonato por parte de sus padres fue Amber
(Candíl).
La madre de Amber no dio importancia en absoluto al
asunto, era muy poco religiosa y había asistido al ritual sólo
porque su marido se había puesto muy tonto.
1:
Primeros años.
Amber creció en una aldea minera. Un
ambiente de auto-subsistencia, sin lujos y en el interior, donde el
mar ni se podía oir, con los pies y el espíritu profundamente
atados al suelo que pisaba. Amber fue criado mayoritariamente por su
madre y la abuela Kubo, la madre de Kasandra.
Ésta última fue
una gran influencia para el pequeño. Ella, a través de los cuentos
cantados, le transmitía la sabiduría popular y le enseñaba a
dibujar y a leer algunos textos en idioma de las Islas del Hielo,
el Aisleño.
Su madre le enseñaba a realizar las tareas
domésticas mientras que su padre le traía las noticias de la mina y
jugaba con él, sobretodo al llamado “Prucing”. Un
extraño juego que se usaba unas cuantas vejigas de cerdo llenas de
arena, una picoleta y un trozo de tierra delimitado por cuatro
piedras.
Desde una edad temprana, Amber destacó por su sentido de
la orientación. Le era fácil reconocer sitios y tenía una facultad
innata para identificar los puntos cardinales.
Su infancia no
tuvo mayores incidentes que esa vez que le atacó la oca de los
Gamson o esa vez que recibió una pedrada en la ceja mientras jugaba
con su amigo Sam Lecki a... eso, tirarse piedras.
2:
Amber.
A los diez años Amber empezó a dar soporte en la
mina con los trabajos reservados a los mas pequeños. Filtrar rocas
en el río en busca de plata, llevar algún saco con ayuda de una
carretilla (Que previamente habían cargado para él) o ayudar a
repartir el agua y las raciones entre los trabajadores.
A los
trece ya pudo empuñar un pico e internarse en el túnel con otros
chicos bajo la supervisión del capataz. Llevaba toda la vida
esperando ese momento. Su padre le había contado tantas historias
sobre el túnel, sobre cómo se sentía uno allí, sobre cómo se
sentía uno al SALIR de allí... Sobre galerías y galerías que se
internaban tan profundamente en la tierra que la voz de algunos
hombres se quebraba y debían salir por pánico, sobre las galerías
en las que uno no debía entrar sólo porque estaban malditas... De
esos espacios en los que parecían oírse las voces de los muertos...
Su padre le contaba esas historias de miedo sólo cuando se portaba
mal. “Vendrán los demonios de la mina y se te llevarán”
decía. Pero, por ese entonces, nunca le creía.
En el primer año
los jóvenes iban alternando el trabajo en el exterior con el de
dentro de los túneles. Después, según su productividad, se les
reservaba para las faenas en el exterior o en el
interior.
Evidentemente a Amber le gustaba el trabajo bajo tierra,
su orientación era igual de buena que encima de ella... Pero ese
gusto empezó a cambiar el “día del encierro”.
3:
Encierro.
El encierro era una prueba que se les
hacía a todos los mineros nuevos cada dos años. Consistía en
vendarles los ojos y dejarles en puntos equidistantes de la salida,
perdidos entre el amasijo de galerías en el día de la celebración,
para que encontraran la salida por si solos. La tradición se
celebraba desde hacía veinte años, cuando hubo que evacuar la mina
por culpa de un importante desprendimiento, lo que entre los del
pueblo se llamaba -con la boca muy pequeña - “El día en que el
Shier'pe cazó”. Su padre, por entonces era un muchacho que
trabajaba fuera de la mina. Todos los trabajadores veteranos
consiguieron sobrevivir. A partir de ese momento se declaró ese día
como vetado para el trabajo y se ordenó que todos los mineros
superaran esa prueba para que aprendieran a conocerse los corredores.
Ese día, en cuanto Amber puso un pie en el túnel se dio cuenta
de que algo iba mal. Se le formó un nudo en la garganta.
No era
el hecho de que llevara los ojos vendados y estuviera siendo
conducido a un sitio inconcreto, había jugado muchas veces a la
gallinita ciega.
No.
Tampoco era que el constante
repiqueteo de los punzones contra la roca no estuviera presente. Era
que había algo en el túnel andaba mal. Trató de decírselo
a su guía pero éste le ignoró y le dijo que se dejara de
chiquilladas.
En cuanto se detuvieron, al final de una de las
galerías profundas, su guía le desató la venda de los ojos, le dio
un candil y le indicó que debía esperar hasta haber cantado tres
veces, en voz alta, la canción del “mino y pico” hasta
poder avanzar.
Cuando iba por la mitad de la tercera vez oyó un
grito muy lejos en el corredor. Todos sus sentidos se pusieron
alerta. El aire se heló y el corazón le dio un vuelco.
Se puso
a caminar pausadamente, con respeto y algo de pánico, mientras un
martillo le restallaba en el pecho y retumbaba en todo su cuerpo.
Estaba convencido de que había algo en la mina. No sabía
como, no sabía porqué, sólo sabía que... No debía tomar ese
corredor hacia arriba.
Pero para un chico minero como Amber que
no está acostumbrado a tener una premonición, siendo esta la
primera vez, hizo caso omiso de las advertencia ésta y avanzó por
aquel túnel de donde procedía el grito, el que él creía más
directo hacia la salida. Subió apenas cien varas hasta que encontró
la fuente de del aullido de pánico.
Allí, a escasos diez pasos
de dónde él se encontraba, yacía el mismo guía que le había
llevado hasta allí. Fred Malford, restaba muerto, con la mandíbula
desencajada y una mueca de terror en el rostro.
El aire se
compactó y, de repente, fue cómo si pesara más, la lumbre se
convirtió en un diminuto destello... No, no era el túnel, sino que
algo mucho más antiguo, había tomado consciencia de que él
estaba allí... Todo su cuerpo decía que si daba un paso más hacia
adelante podía despedirse de su existencia, que ese algo acechaba,
cazaba, sin que nadie pudiera verlo u oirlo.
Cómo un rayo dio
media vuelta, sintiéndose perseguido por la oscuridad más profunda
que nunca hubiera podido imaginar y tras un corto rato de alocada
carrera entre piedras y resbalones, Amber topó con otro de los
participantes, un hombre venido de la costa, de mediana edad.
Había venido al pueblo en el último
festival y ese hombre, del que sólo sabía su nombre: Randol, había
adivinado cual era la ruta más rápida para salir de ese ramal de la
mina. Justo de dónde Amber huía.
Nada pudo hacer Amber para
disuadirle de que fuera por ese lado, que debía tomar con él la
galería norte y mientras conversaban, el aire se fue volviendo
viscoso. Amber se sorprendió de que Randol no se diera cuenta del
miedo que vigilaba desde el tumbante del corredor. Sin embargo cuando
el aire empezó a pesar de nuevo como el plomo, eso dió media
vuelta, quedando en Amber sólo le una sensación de no querer volver
atrás y un molesto cosquilleo en las puntas de los dedos.
Pese a
todos los esfuerzos de Amber, Randol no creyó la muerte de Fred ni
ninguno de los argumentos que le dio, pensó que le estaba intentando
confundir para que no ganara la prueba pues la prometida de Randol,
prima de Amber por parte de madre había jurado que se casarían ese
mismo día si salia entre los tres primeros del encierro. Matrimonio
al que Kasandra, la madre de Amber, se oponía públicamente.
Randol
nunca salió de esa mina. Encontraron su cuerpo junto al de Fred,
según le contaron, con la misma mueca de terror. Ninguna herida, su
piel clara como la nieve, todos sus enseres intactos, sólo la vida
les faltaba.
Amber fue cuestionado por el consejo sobre los
hechos, pero declaró que se había desorientado y no se los había
cruzado, al igual que el resto de los participantes y guías. De
todos modos.. ¿quién iba a creerle si les contaba la verdad? Eso le
traería más problemas. El consejo y el resto del pueblo pareció
creerle, mas su padre y la abuela Kubo, que le conocía mejor que
nadie, sabían que ocultaba algo. Sólo cuando éstos le interrogaron
en la intimidad del hogar y tras varios golpes en la cara propinados
por su padre, les contó el encuentro y lo verdaderamente ocurrido,
entre sollozos.
4: Augurios II
A los
quince años sus padres le llevaron de nuevo a la costa para hacer el
ritual de madurez, a ver al padre de la isla. Esa fue la primera vez
que Amber vió el mar. Una de las pocas en su vida.
El augurio de
los quince años fue igual de confuso que el anterior pero el padre
de la isla, uno nuevo ésta vez ya que el viejo había perecido o
desaparecido, no quedaba muy claro, interpretó un nuevo augurio de
un gran peligro acechante al que haría frente confiando en su buen
juicio y sobre viajes a otras tierras.
Así, finalmente Amber
recibió su nombre de adulto: Kotkel. (Hijo(kot) del que
alumbra(kel))
Pasada esa ceremonia, Kotkel volvió al pueblo,
Tabur, en el que vivió por otros cuatro años y medio hasta el día
en que ocurrió la llamada Catástrofe de Venat.
5:
La Catástrofe de Venat.
Ese día, Kotkel volvió a
sentir esa sensación de nudo en la garganta justo al avanzar un par
de corredores en la mina.
Rápidamente fue al encuentro de su
padre, ahora ya viejo, pero destinado a una de las galerías
profundas.
Mientras se acercaba a esa zona supo, de nuevo, que no
iba a llegar a tiempo, que si daba un paso mas estaría perdido, que
todo lo que había en adelante estaba perdido. Un paso mas y era
hombre muerto. El aire se heló de nuevo, un olor metálico invadió
su boca y descubrió que se había estado mordiendo el interior de su
mejilla hasta hacerla sangrar.
La oscuridad en frente suyo
parecía compactarse hasta crear girones, tan compacta era que el
sonido amartilleador de los picos pareció enmudecer... Sólo pudo
correr en dirección contraria y, justo entonces, empezó el
temblor.
Fue un temblor brutal. Varias veces
Kotkel fué enviado de un lado a otro de la galería. El techo detrás
suyo se desplomó en unas tres ocasiones a dos pies de su espalda.
Corrió como perseguido por algo más antiguo que la propia
montaña, esa sensación sufrida hacía ya mas de cuatro años se
reavivó, ésta vez con mayor intensidad.
Sabía que si miraba
atrás moriría al instante. Un sólo momento de vacilación y
quedaría pálido, frío, y la tierra se lo tragaría para siempre en
ese temblor sin fin.
Pero, como decía la abuela Kubo, nada dura
para siempre. El temblor cesó, pero no lo hizo la sensación de ser
perseguido.
Kotkel siguió su alocada carrera cuesta arriba con
el corazón explotando en el pecho con cada paso, giró por un
corredor a la derecha, y de nuevo a la izquierda, luego abajo, recto
y luego arriba y a la derecha... Varias piedras de pequeño tamaño
golpearon su espalda y un saliente de roca le dislocó el hombro
durante su lucha por la vida.
Invadido por el absoluto terror y
presa del instinto, se concentró en sobrevivir mientras intentaba
apartar la idea de que había dejado morir a su propio padre y a los
otros, que lo que merecía era dejar de existir así, que debía
dejar de correr, dejar de resistirse al destino.
La mente
de Kotkel estaba al borde del colapso, pero su cuerpo, endurecido por
los años de levantar peso y golpear la dura roca con el pico seguía
adelante, impulsado por un chorro de adrenalina.
Entonces fue
cuando se oyó el crujido, a escasos metros en la galería y, antes
de que se diera cuenta, había cruzado el umbral de una minúscula
sala de descanso adosada al corredor.
Una gran roca se desprendió
justo a su espalda y tapió la única entrada un instante
después.
Allí la sensación de asfixia se intensificó, el aire
se compactó tanto que creyó poderlo masticar, la luz del candil
tintineaba cómo una estrella solitaria y entonces Kotkel empezó a
llorar de miedo e indefensión, sus manos temblaron, se hizo un
obillo en un rincón e instantes después la oscuridad retrocedió,
muda, cómo burlándose quizás de lo que esperaba al minero por dos
veces huido de sus zarpas y de nuevo sólo quedó ese cosquilleo
agudo en todas sus extremidades que sólo el verdadero pánico
genera.
6: El abrevadero.
Tardó varios
minutos hasta calmarse y darse cuenta de que estaba atrapado en una
estrecha celda de menos de siete metros cuadrados. Lo reconoció cómo
el abrevadero norte; una antigua área de descanso con una pequeña
fuente azufrada que manaba de la propia roca madre, y una pequeña
banqueta destrozada por el uso.
Recordaba que la salida no
quedaba muy lejos de su posición, sólo hacía falta que le
encontraran... Si es que nunca lo hacían.
La vela de aceite
estaba pronta a apagarse pero él mismo la sopló para que no
consumiera aire, tal y como le habían enseñado.
Cinco días pasó
encerrado.
Cinco días en los que se comió las zuelas de sus
zapatos de cuero, en las que rebuscó hasta en la vieja madera de la
banqueta para dar con larvas de carcoma..
Cinco días encerrado en
una cámara con olor a huevos podridos, pasando el tiempo cantándole
a la nada en voz alta los cuentos que la abuela Kubo le había
enseñado de pequeño.
Cinco días de frío. Cinco días en los
que creyó que realmente había muerto y ése era su tormento
eterno.
Los mineros que formaban el equipo de rescate, los del
segundo turno, le encontraron tras demoler esa gran roca, una vez
hubieron quitado los escombros del corredor principal. Dijeron que le
habían oído cantar el viejo cuento del pacto del constructor con
Shier'pe, en la oscuridad.
En el momento de salir, Kotkel
pensó que nunca había visto un sol tan radiante.