martes, 28 de agosto de 2012

Moho

Moho,
negro y viscoso,
tóxico cómo el veneno.

Moho que repta,
Moho que acecha,
Moho que espera,
Que consume todo tras su estela.

El avatar del miedo,
El Portaestandarte del olvido,
El Behemot del sueño
Que me tiene en vilo.

El que me consume por las noches,
El que me atonta en las mañanas,
Y que filtra en mis orejas, que rendirse,
no es una cosa tan mala.

Moho que caza,
Moho que grita,
Moho que envidia,
Que destruye todo lo que me cobija.

El trilero del engaño,
El bufón del desconcierto,
El ladrón del deseo
y de todo lo que me da contento.

El que me arrebata lo que quiero,
El que me bloquea el pensamiento,
El que se regodea en mis llantos
y que tortura mis sentimientos.

Moho que golpea,
Moho que desgarra,
Moho que parasita,
que hasta el último aliento me quita.

El que mústia mis años,
El que sesga los segundos,
El que saquea los recuerdos
y en su lugar deja lamentos.

Moho que usurpa,
Moho que mata,
Moho que gana.

lunes, 13 de agosto de 2012

Kotkel, História de un minero.

Cambio de história, Dejamos para una próxima entrada la resolución de la história de la gladiadora para entrar en la historia de Kotkel Thord. Es un relato que hice para un Rol en vivo de Arcaron,el secreto de Shier'pe que al final fue modificado por masters de cabo a rabo y que, posteriormente, yo cambié y adapté para tornarlo en un escrito auto-conclusivo.


0: Augurios.
La vida de Kotkel siempre había sido el túnel.
Cuando los padres de Kotkel, Kasandra Gamlin y Kelton Thord, le enseñaron a su hijo al padre de la isla, el sacerdote local del culto a Sher'pe(un espíritu curativo y vengativo por igual con forma de serpiente), para que este efectuara el ritual de augurio frente al recién nacido, un pelo se coló en el cuenco de agua de mar ayudando a que la cera fundida que se vertía en él se posara a su alrededor, quedando así una larga mancha similar a una candela. El padre de la isla quedó turbado y tardó dos días enteros en interpretar ese augurio.
Al final de esa reclusión, el padre de la isla dijo a los padres de Kotkel que le pusieran el nombre que quisieran pues, en la intimidad, por dos veces había repetido el ritual de la cera y el mismo cilindro se había repetido en ambas ocasiones. Parecía claro, entonces, que la providencia marcaba al niño con algún suceso.
El padre de Kotkel, minero de profesión, tenía una interpretación para tal augurio que nunca se atrevió a pronunciar ante el padre de la isla. Nadie se había dado cuenta de hacia dónde había quedado apuntando el barquito de cera, pero él si, porque era exactamente a quién había señalado. Y ese primer barquito... Era exactamente igual que la entrada de la mina en la que él trabajaba. (o eso vio él... pues era muy supersticioso sin embargo ese largo pelo que quedó a lado y lado... Ese pelo le turbaba)
El nombre de niño que recibió el neonato por parte de sus padres fue Amber (Candíl).
La madre de Amber no dio importancia en absoluto al asunto, era muy poco religiosa y había asistido al ritual sólo porque su marido se había puesto muy tonto.

1: Primeros años.
Amber creció en una aldea minera. Un ambiente de auto-subsistencia, sin lujos y en el interior, donde el mar ni se podía oir, con los pies y el espíritu profundamente atados al suelo que pisaba. Amber fue criado mayoritariamente por su madre y la abuela Kubo, la madre de Kasandra.
Ésta última fue una gran influencia para el pequeño. Ella, a través de los cuentos cantados, le transmitía la sabiduría popular y le enseñaba a dibujar y a leer algunos textos en idioma de las Islas del Hielo, el Aisleño.
Su madre le enseñaba a realizar las tareas domésticas mientras que su padre le traía las noticias de la mina y jugaba con él, sobretodo al llamado “Prucing”. Un extraño juego que se usaba unas cuantas vejigas de cerdo llenas de arena, una picoleta y un trozo de tierra delimitado por cuatro piedras.
Desde una edad temprana, Amber destacó por su sentido de la orientación. Le era fácil reconocer sitios y tenía una facultad innata para identificar los puntos cardinales.
Su infancia no tuvo mayores incidentes que esa vez que le atacó la oca de los Gamson o esa vez que recibió una pedrada en la ceja mientras jugaba con su amigo Sam Lecki a... eso, tirarse piedras.

2: Amber.
A los diez años Amber empezó a dar soporte en la mina con los trabajos reservados a los mas pequeños. Filtrar rocas en el río en busca de plata, llevar algún saco con ayuda de una carretilla (Que previamente habían cargado para él) o ayudar a repartir el agua y las raciones entre los trabajadores.
A los trece ya pudo empuñar un pico e internarse en el túnel con otros chicos bajo la supervisión del capataz. Llevaba toda la vida esperando ese momento. Su padre le había contado tantas historias sobre el túnel, sobre cómo se sentía uno allí, sobre cómo se sentía uno al SALIR de allí... Sobre galerías y galerías que se internaban tan profundamente en la tierra que la voz de algunos hombres se quebraba y debían salir por pánico, sobre las galerías en las que uno no debía entrar sólo porque estaban malditas... De esos espacios en los que parecían oírse las voces de los muertos... Su padre le contaba esas historias de miedo sólo cuando se portaba mal. “Vendrán los demonios de la mina y se te llevarán” decía. Pero, por ese entonces, nunca le creía.
En el primer año los jóvenes iban alternando el trabajo en el exterior con el de dentro de los túneles. Después, según su productividad, se les reservaba para las faenas en el exterior o en el interior.
Evidentemente a Amber le gustaba el trabajo bajo tierra, su orientación era igual de buena que encima de ella... Pero ese gusto empezó a cambiar el “día del encierro”.

3: Encierro.
El encierro era una prueba que se les hacía a todos los mineros nuevos cada dos años. Consistía en vendarles los ojos y dejarles en puntos equidistantes de la salida, perdidos entre el amasijo de galerías en el día de la celebración, para que encontraran la salida por si solos. La tradición se celebraba desde hacía veinte años, cuando hubo que evacuar la mina por culpa de un importante desprendimiento, lo que entre los del pueblo se llamaba -con la boca muy pequeña - “El día en que el Shier'pe cazó”. Su padre, por entonces era un muchacho que trabajaba fuera de la mina. Todos los trabajadores veteranos consiguieron sobrevivir. A partir de ese momento se declaró ese día como vetado para el trabajo y se ordenó que todos los mineros superaran esa prueba para que aprendieran a conocerse los corredores.
Ese día, en cuanto Amber puso un pie en el túnel se dio cuenta de que algo iba mal. Se le formó un nudo en la garganta.
No era el hecho de que llevara los ojos vendados y estuviera siendo conducido a un sitio inconcreto, había jugado muchas veces a la gallinita ciega.
No.
Tampoco era que el constante repiqueteo de los punzones contra la roca no estuviera presente. Era que había algo en el túnel andaba mal. Trató de decírselo a su guía pero éste le ignoró y le dijo que se dejara de chiquilladas.
En cuanto se detuvieron, al final de una de las galerías profundas, su guía le desató la venda de los ojos, le dio un candil y le indicó que debía esperar hasta haber cantado tres veces, en voz alta, la canción del “mino y pico” hasta poder avanzar.
Cuando iba por la mitad de la tercera vez oyó un grito muy lejos en el corredor. Todos sus sentidos se pusieron alerta. El aire se heló y el corazón le dio un vuelco.
Se puso a caminar pausadamente, con respeto y algo de pánico, mientras un martillo le restallaba en el pecho y retumbaba en todo su cuerpo. Estaba convencido de que había algo en la mina. No sabía como, no sabía porqué, sólo sabía que... No debía tomar ese corredor hacia arriba.
Pero para un chico minero como Amber que no está acostumbrado a tener una premonición, siendo esta la primera vez, hizo caso omiso de las advertencia ésta y avanzó por aquel túnel de donde procedía el grito, el que él creía más directo hacia la salida. Subió apenas cien varas hasta que encontró la fuente de del aullido de pánico.
Allí, a escasos diez pasos de dónde él se encontraba, yacía el mismo guía que le había llevado hasta allí. Fred Malford, restaba muerto, con la mandíbula desencajada y una mueca de terror en el rostro.
El aire se compactó y, de repente, fue cómo si pesara más, la lumbre se convirtió en un diminuto destello... No, no era el túnel, sino que algo mucho más antiguo, había tomado consciencia de que él estaba allí... Todo su cuerpo decía que si daba un paso más hacia adelante podía despedirse de su existencia, que ese algo acechaba, cazaba, sin que nadie pudiera verlo u oirlo.
Cómo un rayo dio media vuelta, sintiéndose perseguido por la oscuridad más profunda que nunca hubiera podido imaginar y tras un corto rato de alocada carrera entre piedras y resbalones, Amber topó con otro de los participantes, un hombre venido de la costa, de mediana edad.
Había venido al pueblo en el último festival y ese hombre, del que sólo sabía su nombre: Randol, había adivinado cual era la ruta más rápida para salir de ese ramal de la mina. Justo de dónde Amber huía.
Nada pudo hacer Amber para disuadirle de que fuera por ese lado, que debía tomar con él la galería norte y mientras conversaban, el aire se fue volviendo viscoso. Amber se sorprendió de que Randol no se diera cuenta del miedo que vigilaba desde el tumbante del corredor. Sin embargo cuando el aire empezó a pesar de nuevo como el plomo, eso dió media vuelta, quedando en Amber sólo le una sensación de no querer volver atrás y un molesto cosquilleo en las puntas de los dedos.
Pese a todos los esfuerzos de Amber, Randol no creyó la muerte de Fred ni ninguno de los argumentos que le dio, pensó que le estaba intentando confundir para que no ganara la prueba pues la prometida de Randol, prima de Amber por parte de madre había jurado que se casarían ese mismo día si salia entre los tres primeros del encierro. Matrimonio al que Kasandra, la madre de Amber, se oponía públicamente.
Randol nunca salió de esa mina. Encontraron su cuerpo junto al de Fred, según le contaron, con la misma mueca de terror. Ninguna herida, su piel clara como la nieve, todos sus enseres intactos, sólo la vida les faltaba.
Amber fue cuestionado por el consejo sobre los hechos, pero declaró que se había desorientado y no se los había cruzado, al igual que el resto de los participantes y guías. De todos modos.. ¿quién iba a creerle si les contaba la verdad? Eso le traería más problemas. El consejo y el resto del pueblo pareció creerle, mas su padre y la abuela Kubo, que le conocía mejor que nadie, sabían que ocultaba algo. Sólo cuando éstos le interrogaron en la intimidad del hogar y tras varios golpes en la cara propinados por su padre, les contó el encuentro y lo verdaderamente ocurrido, entre sollozos.

4: Augurios II
A los quince años sus padres le llevaron de nuevo a la costa para hacer el ritual de madurez, a ver al padre de la isla. Esa fue la primera vez que Amber vió el mar. Una de las pocas en su vida.
El augurio de los quince años fue igual de confuso que el anterior pero el padre de la isla, uno nuevo ésta vez ya que el viejo había perecido o desaparecido, no quedaba muy claro, interpretó un nuevo augurio de un gran peligro acechante al que haría frente confiando en su buen juicio y sobre viajes a otras tierras.
Así, finalmente Amber recibió su nombre de adulto: Kotkel. (Hijo(kot) del que alumbra(kel))
Pasada esa ceremonia, Kotkel volvió al pueblo, Tabur, en el que vivió por otros cuatro años y medio hasta el día en que ocurrió la llamada Catástrofe de Venat.

5: La Catástrofe de Venat.
Ese día, Kotkel volvió a sentir esa sensación de nudo en la garganta justo al avanzar un par de corredores en la mina.
Rápidamente fue al encuentro de su padre, ahora ya viejo, pero destinado a una de las galerías profundas.
Mientras se acercaba a esa zona supo, de nuevo, que no iba a llegar a tiempo, que si daba un paso mas estaría perdido, que todo lo que había en adelante estaba perdido. Un paso mas y era hombre muerto. El aire se heló de nuevo, un olor metálico invadió su boca y descubrió que se había estado mordiendo el interior de su mejilla hasta hacerla sangrar.
La oscuridad en frente suyo parecía compactarse hasta crear girones, tan compacta era que el sonido amartilleador de los picos pareció enmudecer... Sólo pudo correr en dirección contraria y, justo entonces, empezó el temblor.
Fue un temblor brutal. Varias veces Kotkel fué enviado de un lado a otro de la galería. El techo detrás suyo se desplomó en unas tres ocasiones a dos pies de su espalda. Corrió como perseguido por algo más antiguo que la propia montaña, esa sensación sufrida hacía ya mas de cuatro años se reavivó, ésta vez con mayor intensidad.
Sabía que si miraba atrás moriría al instante. Un sólo momento de vacilación y quedaría pálido, frío, y la tierra se lo tragaría para siempre en ese temblor sin fin.
Pero, como decía la abuela Kubo, nada dura para siempre. El temblor cesó, pero no lo hizo la sensación de ser perseguido.
Kotkel siguió su alocada carrera cuesta arriba con el corazón explotando en el pecho con cada paso, giró por un corredor a la derecha, y de nuevo a la izquierda, luego abajo, recto y luego arriba y a la derecha... Varias piedras de pequeño tamaño golpearon su espalda y un saliente de roca le dislocó el hombro durante su lucha por la vida.
Invadido por el absoluto terror y presa del instinto, se concentró en sobrevivir mientras intentaba apartar la idea de que había dejado morir a su propio padre y a los otros, que lo que merecía era dejar de existir así, que debía dejar de correr, dejar de resistirse al destino.
La mente de Kotkel estaba al borde del colapso, pero su cuerpo, endurecido por los años de levantar peso y golpear la dura roca con el pico seguía adelante, impulsado por un chorro de adrenalina.
Entonces fue cuando se oyó el crujido, a escasos metros en la galería y, antes de que se diera cuenta, había cruzado el umbral de una minúscula sala de descanso adosada al corredor.
Una gran roca se desprendió justo a su espalda y tapió la única entrada un instante después.
Allí la sensación de asfixia se intensificó, el aire se compactó tanto que creyó poderlo masticar, la luz del candil tintineaba cómo una estrella solitaria y entonces Kotkel empezó a llorar de miedo e indefensión, sus manos temblaron, se hizo un obillo en un rincón e instantes después la oscuridad retrocedió, muda, cómo burlándose quizás de lo que esperaba al minero por dos veces huido de sus zarpas y de nuevo sólo quedó ese cosquilleo agudo en todas sus extremidades que sólo el verdadero pánico genera.

6: El abrevadero.
Tardó varios minutos hasta calmarse y darse cuenta de que estaba atrapado en una estrecha celda de menos de siete metros cuadrados. Lo reconoció cómo el abrevadero norte; una antigua área de descanso con una pequeña fuente azufrada que manaba de la propia roca madre, y una pequeña banqueta destrozada por el uso.
Recordaba que la salida no quedaba muy lejos de su posición, sólo hacía falta que le encontraran... Si es que nunca lo hacían.
La vela de aceite estaba pronta a apagarse pero él mismo la sopló para que no consumiera aire, tal y como le habían enseñado.
Cinco días pasó encerrado.
Cinco días en los que se comió las zuelas de sus zapatos de cuero, en las que rebuscó hasta en la vieja madera de la banqueta para dar con larvas de carcoma..
Cinco días encerrado en una cámara con olor a huevos podridos, pasando el tiempo cantándole a la nada en voz alta los cuentos que la abuela Kubo le había enseñado de pequeño.
Cinco días de frío. Cinco días en los que creyó que realmente había muerto y ése era su tormento eterno.
Los mineros que formaban el equipo de rescate, los del segundo turno, le encontraron tras demoler esa gran roca, una vez hubieron quitado los escombros del corredor principal. Dijeron que le habían oído cantar el viejo cuento del pacto del constructor con Shier'pe, en la oscuridad.
En el momento de salir, Kotkel pensó que nunca había visto un sol tan radiante.